Un reportaje sobre los exiliados de la Rusia imperial

María Isabel Cintas Guillén
Tomares, Sevilla (España)
Colón, Entre Ríos (Argentina)
Verano de 2010

El tema ruso

En el mes de diciembre de 1930 había en la cartelera española abundancia de representaciones de asunto ruso, nada menos que tres1 en el Teatro Calderón de Madrid. Cuando llegaron a la capital los rumores del fracaso del levantamiento de Jaca contra la monarquía, Manuel Azaña, miembro del comité revolucionario y firmante del manifiesto desde el que se llamaba a la revolución, se hallaba en el propio teatro Calderón asistiendo a una representación de Boris Godunov, de Mussorgsky, de donde tuvo que huir de la policia, que se presentó a buscarlo. Dos días antes, el 16 de diciembre, había salido a la calle por primera vez el periódico Ahora con estos titulares en portada: "Cómo se produjo la sublevación de Jaca y cómo fueron vencidos los sublevados". Así daba noticia el periódico del levantamiento contra la ya caduca monarquía y de la ejecución de los mártires de la república. Dos factores, interés por lo ruso y aparición de un periódico, que enmarcan la publicación del reportaje de Chaves Nogales que ahora presentamos.

Manuel Chaves Nogales había sido llamado por Luis Montiel, propietario del nuevo diario, para poner en marcha un experimento informativo que pretendía superar en tirada a ABC y que contaba con las más modernas instalaciones y el mejor plantel de periodistas y colaboradores conocidos hasta el momento en la prensa española. Y precisamente este interés general por el las cosas de Rusia es lo que llevó al redactor jefe del recién creado periódico, que era Chaves Nogales, a hacer su presentación con el reportaje titulado Lo que ha quedado del imperio de los zares.





Ese interés, que venía de antiguo, se acrecentó en torno a la tercera década del siglo XX en razón a los acontecimientos históricos que habían tenido lugar con anterioridad y que habían culminado en 1917 con el fin del gobierno autárquico de los zares en Rusia: la revolución bolchevique, la guerra civil, la instauración y la consolidación del régimen soviético. El triunfo de aquella revolución popular venía a confirmar a los desheredados que era posible subvertir el orden imperante. Y a recordar a los gobiernos absolutos que cualquier alta torre puede caer, como cayó el fabuloso imperio de los zares. En Europa, y especialmente en España, la revolución rusa era mitificada por algunas fuerzas políticas como opción ideológica. Los trabajadores habían tomado el poder en Rusia y habían conseguido acabar con los privilegios y las desigualdades sociales, creando un precedente que iba a estar presente como objetivo en los años sucesivos. Sobre el tema se publicaron en nuestro país libros, artículos y traducciones de autores rusos. Cuenta Juan Díaz del Moral en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas que, entre 1918 y 1920, durante el llamado "trienio bolchevista", la literatura anarco-sindicalista inundó la región cordobesa: "Se leía incesantemente, de noche en los caseríos, de día en la besana; durante los descansos (cigarros) se observaba siempre el mismo espectáculo: un obrero leyendo y los demás escuchando con gran atención". Despertar interés por la lectura de asuntos relativos a tema tan inacabable e inabarcable fue una consecuencia de la gesta de un país que quedaba además lo suficientemente lejos como para convertirse en leyenda.

Las "romerías a Rusia", como las llamaba Giménez Caballero, fueron algo habitual en la España de 1920 y 1930. La gente que visitaba aquel país, que no se podía visitar libremente, sino que era mostrado por los dirigentes oficiales, volvía contando maravillas de la eficacia de la revolución. El país, los soviets, los bolcheviques, con sus modos de vida tan opuestos al capitalismo, movieron al viaje de exaltación a no pocos periodistas, escritores, políticos e intelectuales europeos (Joseph Roth, Jhon Reed, Henri Barbusse, André Gide, H. G. Wells, Tagore, Arthur Koestler…) y españoles (Ángel Pestaña, Ramón J. Sender, Julián Zugazagoitia, Rodrigo Soriano, Fernando de los Ríos, Dolores Ibarruri, Eduardo Torralba Beci, Josep Pla, León Villanúa, Miguel Hernández, Pedro de Répide, Andrés Martínez de León, Isidoro Acevedo, Margarita Nelken, entre otros), que a su vuelta servían la información en sus relatos. No menos eficaz fue la labor de las Ediciones Europa-América, encargadas de divulgar los éxitos y las obras de escritores soviéticos: Turgueniev, Chejov, Korolenko, Dostoievski, Gorki, Kuprin, Tolstoi (ya traducido desde 1905); de 1928 a 1930 otras editoriales de signo izquierdista como Cénit, Zeus y Oriente ofrecieron traducciones de Ehrenburg, Fedin, Gladkov, Leonov, Kataev, Ivanov, etc. Por no hablar de la especial presencia que tuvo el tema ruso en las colecciones de relatos breves tituladas La novela política, La novela roja y La novela proletaria, literatura de quiosco tan del gusto del gran público. Se promovieron espectáculos de artistas rusos; visitaban España músicos y bailarines, como Diaghilev, Stravinski o la Paulova, que triunfaban desde alrededor de los años veinte. Y en 1931 se creó un Comité Hispano-Eslavo presidido por el lingüista y romanista Ramón Menéndez Pidal, que organizó cursos de lengua rusa en la sede del Instituto de Estudios Históricos en Madrid.

Los intelectuales de izquierdas no ocultaban su admiración por el hecho ruso. Así Azaña había escrito en La Pluma. "Los hombres y las cosas de Rusia están desde hace años en el plano de la actualidad candente". Y Valle Inclán, con el entusiasmo que lo caracterizaba, vino a declarar en un homenaje: "Rusia es el porvenir del mundo". Precisamente en 1927 se había celebrado en Moscú el Congreso Mundial de Amigos de la Unión Soviética, que pretendía extender por el mundo la propaganda de la revolución triunfante diez años antes, aunque en España esta asociación no comenzó a desarrollar actividades propagandísticas hasta 1933. La Asociación de Amigos de la Unión Soviética llegó a tener entre sus colaboradores a los hermanos Machado, Ortega y Gasset, Valle Inclán y Federico García Lorca, entre otros.

Y no sólo España sentía fascinación por lo ruso. En Italia, el gobierno de Mussolini, al constatar el auge que estaban tomando las ediciones de autores rusos, que iban infiltrando en la sociedad el sentimiento revolucionario de su literatura, decidió no prohibirlos, pero evitar que se hiciesen ediciones populares. El libro había de ser caro y de difícil acceso, así es como si no existiese; censura similar a la que impuso en España Primo de Rivera, que prohibía ciertas publicaciones en periódicos, pero no en libros, al considerar que estos nadie los leía.


Un repaso superficial a los acontecimientos históricos2

Como es sabido, las secuelas de la Primera Guerra mundial estaban desangrando a Rusia en el invierno de 1916, y en Petrogrado, excepto té y pan negro, apenas había qué comer. Las fabulosas riquezas de la corte imperial eran un insulto a la miseria de sus súbditos. Comenzaron las manifestaciones pacíficas del pueblo hambriento, que eran débilmente reprimidas por los cosacos. Poco a poco, estas manifestaciones se volvieron más agresivas y la represión más violenta, hasta que en el mes de marzo de 1917, Kerenski, líder socialista, entró en la Duma (Parlamento) y encarceló a los ministros del zar Nicolás II, instaurándose un gobierno provisional, que cayó en el mes de octubre. El partido Cadete, que lideraba Miliukov y respondía al pensar de la clase media ilustrada, el más conservador de los partidos de izquierdas, pasó a proclamarse burgués republicano a la caída de los zares. Los socialistas aparecían divididos en bolcheviques (con Lenin como líder) y mencheviques, afanados en su defensa a ultranza de la dictadura del proletariado los primeros, y de la democracia y el liberalismo los segundos, respectivamente identificados con "comunistas" y "socialistas" . También de izquierdas era el partido socialista revolucionario, defensor del socialismo agrario y del método del atentado personal, considerado "terrorista" tanto por parte de los bolcheviques como de los mencheviques. A la caída del zar las tres tendencias se encargaron de dirigir alternativamente el Soviet de Petrogrado.

Conseguida la dominación de los levantamientos internos (de Kerenski, de Denikin, de Koltchak, de Wrangel, de los separtistas), puestos los graves problemas económicos en el camino para la solución, alcanzado el reconocimiento de las potencias extranjeras, se constituye, seis años después de los acontecimientos revolucionarios, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, integrada en 1923 por Rusia, Ukrania, Rusia Blanca, Georgia, Armenia y Transcaucasia, el inmenso territorio de la URSS. Cada una de estas repúblicas tenía un presidente y era regida por un Consejo de Comisarios del pueblo, bajo la suprema dirección del Presidium y el Consejo de Comisarios del pueblo de la Unión o Consejo de Ministros.


La tragedia rusa de 1918

En un trabajo titulado Enquète judiciaire sur l´assassinat de la famille impériale russe (París, 1924), Nicolás Sokeloff, abogado moscovita y juez instructor del tribunal de Omsk, publicó el relato3 de los acontecimiento que culminaron en la ejecución de la familia real rusa. Resumidos, los hechos fueron los siguientes:

Obligado por los acontecimientos, el 15 de marzo de 1917 el zar había abdicado de su corona y se había retirado a su residencia de Tsarskoie-Selo, donde fue objeto de vejaciones y desprecios por parte de quienes habían sido por él favorecidos. Poco después, el Gobierno provisional, presidido por Kerenski, trasladó a la familia imperial a Tobolsk. El 26 de abril de 1918, los bolcheviques, ya dueños del poder, ordenaron un nuevo traslado de la familia a Ekaterinenburg, concentrando a sus miembros en la casa Ipátiev. El zar Nicolás II y su esposa fueron introducidos en ella tras la presentación del comisario Golostehkin: "Ciudadano Romanov, podéis entrar". La zarina señaló la fecha de ingreso en la casa en el marco de una ventana. El 23 de mayo llegaron el zarévich y las otras tres princesas. Siendo vigilados y custodiados por centinelas rojos, que no se distinguían precisamente por su delicadeza, el régimen de reclusión de la familia real en la casa se fue endureciendo paulatinamente, en tanto en Moscú se discutía el desenlace de la situación. Los guardianes cantaban con frecuencia canciones alusivas a los rumores que corrían por el pueblo sobre la devoción que la zarina sentía por Rasputín, lo que la hacía enfermar con frecuencia. Entre vejaciones transcurrieron dos meses y medio hasta que, finalmente, se optó por la ejecución de los zares, ante la aproximación a Ekaterinenburg de los checoeslovacos, capitaneados por el almirante Koltchak, cuya campaña en Siberia como la de los otros contrarrevolucionarios (Wrangel en el centro de Rusia y Denikin en Ucrania), fracasaría. Pero ello ocurrió dos años más tarde.

La decisión de acabar con la familia real se tomó en la primera quincena de julio por parte del gobierno bolchevique. El comandante Yurovski se instaló en casa Ipátiev con varios miembros de la Checa para cumplir las órdenes. La comarca fue evacuada con el fin de impedir que los campesinos fueran testigos directos de los planes que se preparaban: ejecutar a la familia real y ocultar sus cuerpos en una antigua mina abandonada.

El comisario Golostehkin resumía así la secuencia de los hechos que tendrían lugar: "Una vez en la mina, los encargados de transportar los cuerpos los desnudarán y rasgarán en pequeñas piezas los vestidos. Después dividirán los cuerpos en menudos trozos con afilados instrumentos cortantes, y en seguida los destruirán por medio de ácido sulfúrico. Luego los harán arder en hogueras activadas con bencina. Las balas de revólver que hubieran quedado en algunos cadáveres sufrirán también la acción del fuego, y se quemará igualmente todo lo que sobre ellos se encuentre. Ni que decir tiene que las materias grasas contenidas en los cuerpos se derretirán por sí mismas y se esparcirán por el suelo o se mezclarán con la tierra. Finalmente los comisionados romperán el hielo que cubre el fondo del pozo, a donde arrojarán todos los objetos que hayan resistido a la acción de las llamas".

La noche del martes 16 de julio de 1918 y ajena a estos planes, la familia imperial dormía todo lo tranquilamente que permitían las circunstancias. Yurovski se acercó a sus habitaciones y comunicó al zar que las tropas checoslovacas estaban cerca de la ciudad y preparaban un asalto contra la casa. Les pidió que bajaran al piso bajo, ya que el primer piso podía ser peligroso. La familia se preparó para bajar. Nicolás llevaba en brazos al zarévich. La zarina y sus hijas iban sencillamente vestidas. Algunos criados portaban almohadas. El zar, la zarina y el zarévich se sentaron. Detrás se colocaron las hijas, a los lados los sirvientes. Todos se mostraban tranquilos. Yurovski sacó un revólver de su bolsillo y dijo al zar: "Vuestra vida ha terminado. Se conspira contra nosotros. La revolución bolchevique va a perecer y vosotros pereceréis también". Las mujeres gemían y gritaban. Una tras otra, once personas fueron ejecutadas. Había terminado el régimen de los zares. Se abrían nuevos caminos para Rusia.


Cómo se gestó el reportaje

El tema ruso es recurrente en la obra de Chaves Nogales. A él dedicó artículos y dos grandes libros de reportajes, La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, (1929), y Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931). Y son también del mismo tema dos obras que podríamos clasificar como de creación, en la medida en que podemos hablar de creación (novelización de la realidad) en la obra de Chaves: La bolchevique enamorada. El amor en la Rusia roja (1929) y El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934). Forman estos libros un ciclo que es interesante leer en conjunto para hacerse una idea cabal de lo que supusieron para el periodista los acontecientos cuyo centenario celebraremos en unos años.

En 1928 Chaves había visitado la URSS enviado por su periódico, Heraldo de Madrid, para dar La vuelta a Europa en avión. Un "pequeño burgués liberal", como gustaba de autodefinirse, iba a recorrer la Rusia revolucionaria. Y su postura no fue precisamente de exaltación del régimen soviético. La "revolución", que traería más tarde el desastre a la República española y un inmenso dolor a los republicanos como él, comenzaba a sobrevolar el discurso político, imbuida del ejemplo ruso. Chaves, que no parecía estar de acuerdo con este rumbo, dice en ese viaje estar interesado en conocer las motivaciones de Trostky, así como su gran capacidad oratoria. Pero critica a Lenin y a Stalin en el momento de su pleno apogeo, mucho antes de que lo hagan otros intelectuales europeos (André Gide lo hizo en 1936 con Regreso de la URSS). Desde hacía tiempo estaba en el ambiente la admiración de la izquierda hacia el régimen soviético, por el drástico cambio que había causado la desaparición del poder absoluto de los zares y la toma del poder por el pueblo. Pero Chaves sabía que el cambio se había hecho con un gran sacrificio, que era preciso no olvidar. Pasados los momentos de entusiasmo, la lucha ensombreció los ideales y se convirtió en algo atroz. Para confirmación de ello escribió más tarde El maestro Juan Martínez que estaba allí. Sus convicciones democráticas lo llevaron a criticar la barbarie de los dos bandos de la revolución, barbarie que para él no se justificaba con las ideas. Como volvió a decir por boca del maestro Juan Martínez ante la crueldad desatada por los acontecimientos, "asesinos rojos y asesinos blancos, todos asesinos". El pequeño burgués liberal que decía ser "no abdica de sus derechos y libertades ante ninguna garantía de orden, por fuerte que sea".

Chaves Nogales había aprovechado bien el tiempo que permaneció en París como corresponsal de Heraldo de Madrid. La ciudad era el más importante núcleo de emigrados de la revolución, tanto por su número (París reunía a más emigrados políticos que la población de muchas ciudades rusas) y variedad de procedencia social, como por su organización con vistas a un hipotético, y por ellos deseado, fin del poder bolchevique. Allí, en París, el periodista se movió entre los círculos de exiliados y recogió un material interesante (todo un muestrario de entrevistas, relatos, encuestas, libros, periódicos...) para confeccionar el reportaje con el que inauguró su colaboración en el diario Ahora.


Los perdedores de la revolución

Lo que ha quedado del imperio de los zares es un reportaje sobre la vida dramática de los dos millones de personas que tuvieron que salir de su país tras aquella sangrienta revolución que, en ese momento histórico, defendía y admiraba la izquierda española. En París Chaves conoció y entrevistó a muchas personas que habían tenido una crucial intervención en aquella y en la posterior guerra civil rusa. Contados por sus protagonistas, esos hechos están llenos de un dramatismo tal que se convierten en verdaderos folletines ("Alrededor de cada ruso emigrado se crea fatalmente una atmósfera folletinesca", decía). La propaganda de la publicación explicaba las características del contenido: "Un reportaje más novelesco que muchas novelas. Las vidas llenas de aventuras que han llevado desde que fueron expulsados por los bolcheviques los grandes duques, los personajes políticos, los príncipes y aristócratas, los ministros y los generales, los industriales millonarios, los grandes terratenientes y los artistas de fama mundial, hoy diseminados por el mundo, en la mayor miseria. La vida de cada uno de estos potentados, contada por ellos mismos, es un verdadero folletín preñado de episodios emocionantes, que no podría superar la imaginación de ningún novelista". Podría acusarse al periodista de sensacionalismo, incluso de hacer leña del árbol caído, pero no es así. Chaves Nogales sabe dar el tono justo a lo que cuenta, realidad y emoción se combinan, el lector sale informado y de alguna manera se siente próximo a estos personajes que, ahora sí, en la derrota, han perdido los oropeles del poder y se han transformado, al caer del pedestal, en seres humanos. Y, como siempre, lo cuenta desde el terreno, al mismo nivel de los protagonistas, tras hablar con ellos y tocarlos; escuchando sus vivencias y colocándose en el otro punto de mira.

Todas las clases sociales desfilan por el reportaje: desde los miembros de la familia real hasta los generales, los jefes y oficiales del ejército, los sacerdotes ortodoxos, los estudiantes, los artistas, los agricultores y pequeños comerciantes: desde Rasputín4 a Yusupov5, que se vanagloriaba de haber dado muerte por su mano al influyente monje; desde el gran duque Cirilo, aspirante al trono de Rusia, hasta Anastasia, la única superviviente de las matanzas de Ekaterinenburg, Perm y Alepaiev y su fantástica historia; desde los popes y papadias hasta el jefe de la iglesia ortodoxa en la emigración, Eulogio; desde la antigua amante del zar, Matilde Kchesinska6 hasta Kerenski, el líder de la izquierda socialista; de los Grandes Duques y Príncipes a Wrangel, Kutepov y Denikin, los generales del ejército blanco; del atamán Petliura a los emigrantes separatistas de Ukrania y de la repúblicas del Cáucaso (Cáucaso del norte, Georgia, Azerbayán y Armenia), representados por sus agitadores profesionales, sus ministros de repúblicas que no existen y sus príncipes aventureros que lucharon en la guerra civil, a veces como caballeros, a veces como bandidos, gente toda que arrastraba sus nostalgias y su fatalismo por Centroeuropa. Desfilan bajo la observación del periodista organismos como la Checa7; y ameniza el relato con episodios novelescos intercalados, como la historia del pequeño bolchevique enamorado8; contacta con comerciantes, artistas, cantantes, pintores, estudiantes y escritores, como la joven Irène Némirovski, a la que entrevistó en París, y con la que hubo de coincidir más tarde en el análisis de la caída de Francia y su entrega a los nazis9. Para Chaves, la joven escritora, que triunfa con su novela David Golder en 1930, es el paradigma de la juventud rusa surgida de la revolución, juventud cuya formación espiritual se alimenta en ese momento de dos elementos: desdén e impiedad.

El tono del reportaje es desenfadado, algo habitual en Chaves Nogales, con lo que consigue dar al relato una naturalidad y cotidianidad que convierte en próximos y humanos para los lectores a los más feroces personajes de la revolución y posterior guerra civil rusas; aquellos aristócratas y grandes generales que tuvieron en sus manos el destino de Rusia y la vida de sus habitantes y que ahora en la emigración intentaban sobrevivir, recobrada la dimensión humana de sus existencias. En El maestro Juan Martínez que estaba allí, con esa capacidad simplificadora que el autor atribuye a su personaje, se fundamentará el triunfo de la revolución bolchevique no en que los rojos fueran mejores que los blancos, sino "sencillamente, porque los rojos pasaban hambre al mismo tiempo que la población civil y los blancos no. Esto fue, aunque parezca mentira, lo que hizo inclinarse la balanza y, al fin y al cabo, decidió la guerra civil".

La aparición del reportaje de las aventuras de Juan Martínez por la Rusia soviética no es tan inocente como pudiera parecer. Ni tampoco el tono, a veces cargado de dramatismo, pero salpicado de notas risueñas, y concebido con un marcado sentido del humor, en un equilibrio narrativo que sólo pocas personas podían lograr. Los acontecimientos sociales deslizaban a España al desastre y, en esa caída libre, las derechas aguardaban el final para aprovechar las consecuencias negativas del fervor revolucionario, que había llevado a las izquierdas a magnificar la revolución rusa como modelo a imitar. El mensaje que Chaves quería transmitir era claro: aquello, la Revolución Rusa y la posterior guerra civil fueron una guerra fratricida, y ni unos ni otros se salvan. Ambos bandos fueron crueles, sanguinarios, equivocados: ni los zaristas tenían la razón ni los revolucionarios acertaron; "asesinos rojos y asesinos blancos, todos asesinos". El pueblo indefenso es y fue la única víctima de la revolución, de todas las revoluciones. Esta declaración, realizada en la España republicana del año 1934, supuso la aparición en el panorama nacional de un punto de vista sorprendente.

Hay por tanto humanidad en la contemplación por parte del periodista de estos seres, vencedores y vencidos. Y si por un lado el esfuerzo de adaptación del pueblo a la ideología comunista es visto por Chaves como un trabajo sobrehumano que ha dejado a todos exhaustos, es capaz también de ver las más íntimas disparidades que dejan las conmociones en las almas de los hombres. Antes de la revolución el pueblo ruso era un pueblo esencialmente religioso y fanatizado. Tras ella se desató el culto a Lenin. Cuenta Álvarez del Vayo en La nueva Rusia (1926), que las clases populares llamaban "padrecito" a Lenin, como antes habían hecho con el zar o con Rasputín. "Padrecito, a ti te queremos; pero líbranos de los comunistas". Así hablaban en 1920 las delegaciones de campesinos que iban a Moscú a protestar contra las requisiciones. Y en la actualidad del relato, los campesinos acuden a Moscú para saludar el cadáver incorrupto de Lenin, expuesto en la capilla atea de la Plaza Roja, en una especie de fanatismo religioso que los bolcheviques han sabido fomentar, al tiempo que la secta sacrílega de "Los sin Dios" ha dado una feroz batalla acometiendo la demolición de iglesias y monasterios, quemando imágenes, iconos y retablos, mientras Yarolavsky, jefe de la organización, proclamaba "En diez días estoy dispuesto a hacer desaparecer todas las iglesias, grandes y chicas, de diez importantes ciudades rusas". Desde el exilio, por el contrario, el metropolitano Eulogio declaraba: "La iglesia ortodoxa rusa, a pesar de todas las persecuciones, continúa firme y el alma del pueblo sigue siendo creyente". La historia ha venido a darle la razón.

Son ahora los perdedores de la revolución los que interesan al periodista, la diáspora que produjeron los acontecimientos, la emigración de los que salieron del país y se extendieron por el mundo; observa "cómo viven, como conquistan el pan de cada día y cómo procuran salvar sus características raciales en esta gran catástrofe de la emigración", la primera gran migración del siglo XX, que arrojó de su patria a dos millones de personas. Pero no pretende ser categórico en sus afirmaciones, sino tan sólo informar en el ejercicio de su labor.


Trotsky y Kerenski

Como periodista, dos figuras de la revolución interesaban a Chaves Nogales de forma especial: Trosky y Kerenski. Respecto al primero, y como arriba señalamos, uno de los objetivos primordiales de su viaje por Europa y la Unión Soviética de 1928 había sido entrevistarlo. Pero, deportado por Stalin a Almahata, se encontraba en la frontera china y desde allí, realizando el trabajo de los periodistas, a los que llamó "desnatadores de la cultura", surtía de orientaciones a sus seguidores saltándose, inexplicablemente, todos los controles que sin duda alguna le preparaban las autoridades oficiales, contrarias a la acción de la prensa occidental, fieles ellas a sus creencias bolcheviques que consideraban el ejercicio del periodismo como la manifestación más clara del servilismo de los intelectuales a la burguesía, convencidas de que "son los periódicos dependientes económicamente de las empresas capitalistas los que mantienen en el mundo el cerco al comunismo".

Por otro lado, quizá fue Kerenski el líder ruso que más valoró Chaves. En la exposición que hace de su personalidad, podemos advertir un cierto paralelismo entre ambos a juzgar por los rasgos que definen al político, muy próximos al sentir del periodista. Kerenski fue el hombre que tuvo en sus manos el destino de Rusia cuando, como Ministro de la Guerra en el mes de mayo y como jefe del Gobierno Provisional en julio, no pudo detener la insurrección de octubre de 1917 frente a los bolcheviques, capitaneados por Lenin, su compañero de la infancia. Si Kerenski, que se negó a firmar sentencias de muerte (la de Lenin y la de Trotsky, entre otras), hubiera pensado de otra manera, la historia habría sido muy distinta: "No me arrepiento. No quise manchar la revolución con sangre", dijo a Chaves cuando éste lo entrevistó en París, donde se había refugiado del horror, del auténtico baño de sangre con que el pueblo hubo de pagar el triunfo de la revolución. "Kerenski es el caso patético del hombre inteligente cogido por el engranaje de hechos monstruosos, superiores a toda previsión intelectual". Entre la Checa y el terror de los rusos blancos, "Kerenki se aferra a la razón, a la lógica, a lo que hay de humano en el hombre, con la esperanza siempre puesta en el triunfo de la inteligencia (…), convencido de que son siempre las fuerzas intelectuales las que rigen el mundo". El periodista parece hacer un retrato premonitorio de sí mismo cuando, en medio del marasmo de la Guerra Civil española, tuvo que salir de España porque la sangre le ahogaba y cuando, ya en el exilio, no cejó en el empeño de solicitar diálogos para acabar con el conflicto.

Seis meses después de la publicación del reportaje, en agosto de 1931, Kerenski fue entrevistado por Vicente Sánchez Ocaña en la redacción en París de La Russie opprimée, periódico que aglutinaba en la emigración la oposición a los bolcheviques. Ya habían empezado a surgir las primeras dificultades a la joven república española, "la revolución española", que tantas semejanzas parecía tener, en opinión muy extendida, con la revolución rusa, hasta el punto de que al Gobierno de Alcalá Zamora se le llamó "el período Kerenski". Pero en opinión del líder ruso, no había más que un ligero parecido entre ambos casos. Cuando los socialistas rusos trataron de crear la República, se encontraron con una nación de ciento cincuenta millones de personas en un Estado deshecho, sin administración ni servicios públicos ni policía, en guerra con Alemania y acosado, a la izquierda por Lenin y a la derecha por los cosacos de Kornilof. En España la situación es distinta, según Kerenski. No hay guerra, no está roto el aparato administrativo y, eso sí, como Rusia, tiene que afrontar la cuestión agraria. Pero, "la coalición republicano-socialista logrará organizar un Estado liberal y democrático y realizar pacíficamente las reformas sociales que sean justas". Opina que será preciso ante todo que el gobierno dé impresión de autoridad y fuerza ("con facilidad las masas incultas y los revoltosos de profesión pierden el respeto a un gobierno democrático"); aconseja a la República que tenga cuidado con los militares ("el militar no falta nunca en estas convocatorias. En todas estas épocas revolucionarias hay algunos oficialitos que querrían hacer de Napoleón… Cuidado con ellos"); y que estén unidas las fuerzas democráticas (que el partido socialista "no abandone a la República por escrúpulos doctrinales (…) A mí me parece que el socialismo español haría mal si por `conservar blanco el vestido´ dejara abandonada a la República. ¡Que se le arrugue y se le estropee un poco el traje, pero que no se pierda la democracia en España!").

Incluso de estos emigrados saca Chaves enseñanzas. Los ve luchando por preservar el espíritu de pueblo arrojado del que era su destino natural; y de sus dirigentes, en especial de Miliukov y Kerenski, aprende que el trabajo de periodista no acaba con la pérdida del suelo patrio, que su labor informativa continúa en los tiempos aciagos del exilio y, como ellos hacían respectivamente desde Dní y Últimas noticias, sus humildes periodiquillos editados en Francia, hizo Chaves, siete años más tarde, con su gaceta Sprint, en los mismos arrabales de París donde los exiliados de otro fracaso se esforzaban por sobrevivir, el periodista entonces entre ellos.

En el ambiente de euforia generado por el triunfo de la revolución bolchevique, pocos se atrevieron a la crítica; no era fácil hacer crítica de los hechos en la España de 1930. Ni fácil ni rentable. Sólo con la capacidad de análisis de un hombre que parecía ver por los ojos del provenir era posible hacer un relato, todo lo imparcial que la cercanía permitía, de los acontecimientos. Se ganó la oposición de las izquierdas, como se había ganado previamente la de las derechas, cuando decía: "todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario". Enemigo de extremismos ideológicos de todo signo, tan crítico con la revolución y sus dirigentes como con el fascismo y sus variantes y extensiones, tuvo Chaves Nogales el repudio feroz de las izquierdas, que lo calificaron de reaccionario, y de las derechas, que unos años después lo buscaban para matarlo. Defensor del diálogo y el entendimiento, denunció las crueldades de la aplicación del credo comunista como también advirtió de que los fascismos no son sino nacionalismos exacerbados. Su objetivo era mover a la reflexión al lector para que sea capaz de discernir en medio de los acontecimientos.

El reportaje comenzó a publicarse en entregas, un total de veinticuatro, el día 27 de enero de 1931, saliendo la última un mes más tarde, el 22 de febrero. Cincuenta días después se proclamó la Segunda República española. Una vez más Chaves Nogales había cumplido la misión de su oficio: andar y contar.


Ediciones de Lo que ha quedado del imperio de los zares

1 El hada de nieve, de Rimski-Kórsakov, se estrenó en el Teatro Calderón el 15 de diciembre de 1930. Otras obras en cartel eran La Khovanchina, de Moussorgky, y el cuarteto lírico en tres actos y un prólogo, adaptación de El hada de nieve, Snegurochka, de Rimski-Kosakov.

2 Es inmensa y no exenta de polémica la documentación sobre los acontecimientos a que nos venimos refiriendo. Lejos nuestro interés de intentar una aproximación histórica rigurosa, hemos preferido utilizar como fuentes documentos de la época en que el reportaje se compuso y que estaban en ese momento al alcance del gran público: periódicos, colecciones de quiosco, escritos de divulgación.

3 El informe sirvió de base para la novela La muerte de los zares, de Edmundo González-Blanco, que apareció anónima en la colección "La novela vivida" en su número de 26 de mayo de 1928.

4 El monje Grigori Efímovitch Rasputín, "el diablo sagrado", era un personaje conocido del público lector español, que se había formado una leyenda sobre él a partir, entre otros, del reportaje de César González Ruano titulado "Vida y aventura del monje Rasputín. Último iluminado del imperio ruso", publicado en Heraldo de Madrid, 17 de mayo de 1929. Aparecía el célebre monje, protegido de la la zarina (que suspiraba bajo los ojos terribles del "mujick" sagrado) como un mujeriego, corrupto y manipulador personaje, cultivador de cierta especie de esoterismo y teosofía, místico y estrafalario que supo introducirse en los más elevados círculos rusos y ejercer en ellos una marcada influencia. Se cuenta en el reportaje que una tarde, hablando de Teología con la más florida representación del clero de Petrogrado, exclamó de pronto: "¡Cómo me gustan las mujerzuelas! Y ante la cara de estupefacción de todos, él zarandea jovialmente al Obispo, le estruja, le sienta en un sillón y empieza a reír diciendo: ¿Será posible que no te guste amar a una muchacha bien formada? ¿Será posible?". El lema repetido en sus predicaciones era: "¡Santificaos por el pecado!".

5 Yusupof, casado con Irina Alejandrovna y amigo del duque Dimitri, era "un Alcibíades indiferente a las sonrisas femeninas. Se aburría horriblemente. Tenía el alma de un pequeño Heliogábalo o de un Nerón que no podía hacer quemar Petrogrado para pasar un día agradable. Su espíritu supersensible, delicado y femenino, le hacía odiar instintivamente la tosquedad de Rasputín e indignarse del triunfo de su barbarie y de su atractiva fealdad. Decidió matarlo como Sigfrido al monstruo". César González Ruano, artículo citado.

6 Matilde Felisovna Kchesinska, célebre y bella bailarina cuya historia era conocida del gran público, fue amante de Nicolás II. Nicolás y su hermano, el gran duque Jorge, la habían galanteado en su juventud. "A ella le tocó escoger y su amor fue de Nicolás. Pero mientras éste, por mandato de su padre, viajaba por toda Asia, Jorge se aprovechó de su ausencia para suplantarlo en el corazón de la hermosa muchacha. Enterado del cambio, a su regreso Nicolás supo disimular. Pero el afán de venganza obsesionó su espíritu y no perdonó a su hermano la traición. Cierto día lo invitó a navegar en el yate imperial por el mar Negro. A la vuelta de la excursión, encontrándose ambos sobre la pasarela, entablóse entre ellos una violenta disputa. Nicolás cogió a Jorge por un brazo y lo precipitó en el vacío. Jorge cayó de una altura de ocho metros exclamando: "¡Me ha matado!... ¡Me ha matado!..." No sucumbió de momento, pero se rompió las costillas, el hombro izquierdo, la pierna derecha y falleció poco después en Crimea, a donde se le transportara. Su muerte dio a Nicolás la herencia del trono. No obstante, Alejandro III, en su agonía, le hizo jurar que abdicaría sus derechos en su hermano menor, Miguel, tan pronto éste, que entonces tenía dieciséis años, alcanzase la mayoría de edad. Nicolás obedeció la orden paterna, pero al llegar la sazón de su renuncia, dejó su juramento incumplido". González-Blanco, Eduardo, "La tragedia rusa del año 1918", Heraldo de Madrid, 5 de agosto de 1929.

7 La Checa (Cheka) fue el organismo creado por el Gobierno comunista el 20 de diciembre de 1917 con el fin de reprimir toda clase de levantamientos y atentados. Su nombre hace referencia a su misión: "Comisión extraordinaria panrusa de lucha contra la contrarrevolución". Conocida por su extraordinaria dureza, llevó a cabo la ejecución de millares de personas que eran o sufrían la acusación de enemigos de la revolución, aunque sus orígenes podían ser muy diferente: desde burgueses y zaristas hasta anarquistas, socialistas y mencheviques cayeron ante los dictados de su aparato destructor, dirigido con mano dura por Dzerzhinski, que compitió en crueldad con Denikin y sus bandas de rusos blancos.

8 Título similar a la conocida obra de Alejandra Mikailowna Kolontai. Kolontai fue la primera mujer que llegó a ser ministra y embajadora de los Soviets en Oslo, en México y en París, y fue considerada musa y artesana de la revolución. Comisaria de Asistencia Pública con Lenin, defendió los derechos de las mujeres y cuando le fue posible convirtió en leyes el ideario que defendía en sus escritos: "A trabajo igual, retribución igual, y derechos iguales a los del hombre". Postulaba que la mujer sea ciudadana, no ídolo, no juguete. Que se capacite para serlo todo, profesora, policía, comandante de navío, capitana de Estado Mayor… Entre sus escritos figura un ensayo sobre el amor titulado La bolchevique enamorada, título que también usó Chaves Nogales para la novela breve donde describe el desarrollo de las relaciones amorosas en la Rusia soviética.

9 Suite francesa, de Irène Némirovski (RBA Libros, 2007); La agonía de Francia, de Chaves Nogales (Diputación de Sevilla, 2001). Cuando Chaves entrevistó a Némirovski ésta tenía 27 años y empezaba a ser conocida en el mundo literario, recién acabados sus estudios en la Sorbona. Sus padres eran judíos que se habían exiliado en Francia a raíz de la revolución rusa. Años después, en 1942, murió en el campo de exterminio de Auschwitz. Tanto Némirovski en su novela como Chaves en su ensayo tratan el tema de la caída de Francia en poder de los nazis y de la actitud del pueblo francés (parisino, mejor) ante esta cesión vergonzosa: "El éxodo de la burguesía parisina hacia las carreteras del sur desborda la indignación del republicano español y en la novela da lugar a los episodios más descarnados en torno a la miseria humana de una clase social insolidaria y ramplona. La inmediatez y urgencia que transmiten no han perdido fuerza en ninguno de los dos casos y todavía hoy contrastan con la superficialidad, por no hablar de las versiones paños calientes de ese momento histórico, que ha caracterizado la reconstrucción francesa para uso popular de la Guerra Mundial y la ocupación". José María Conget, "Douce France. Algunas reflexiones sobre La agonía de Francia", en El periodista comprometido. Manuel Chaves Nogales, una aproximación, Fundación Centro de Estudios Andaluces, Sevilla, 2009.