Periodista, liberal, republicano.

María Isabel Cintas Guillén
Culturas, Diario de Sevilla, 31 de mayo de 2001

En 1989 Lee W. Huebner, el editor de The International Herald Tribune manifestaba: "Necesitamos más periodistas (...) que puedan observar la complejidad de los acontecimientos y discernir no sólo qué es diferente e interesante, sino qué es realmente importante". Este deseo, aparentemente simple, se reviste en la práctica de tal complejidad, que no siempre aparecen periodistas que lo cumplan. Uno de los que lo logró fue Manuel Chaves Nogales. Pocos como él supieron ver con claridad en el marasmo del tiempo en que vivió.

Nacido en Sevilla en 1897, Manuel Chaves Nogales atravesó la vida española desde la gestación del nacionalismo andaluz hasta la configuración de la Exposición Iberoamericana que se celebraría en 1929 en su ciudad natal; pasó a Madrid donde conoció la dictadura de Primo de Rivera, el transcurrir de la Segunda República y los primeros meses de la Guerra Civil; salió al exilio de París y Londres y, desde ambas ciudades, ejerció un periodismo de carácter internacional con proyección en toda América Latina. Sus trabajos son poseedores de una perspicacia histórica ejemplar. Extraordinariamente dotado para analizar las situaciones que se vivían en su momento, para ver más allá de los acontecimientos, lejos de asirse a la inmediatez, supo profundizar en los temas a la búsqueda de más amplias conexiones.

Un mismo sentir totalitario

Notaba Chaves cómo recorrían Europa dos grandes fuerzas capaces de asfixiar a la España republicana, hijas ambas para él de un mismo sentir totalitario, el bolchevismo y el nazismo que, con sus extensiones y mutaciones, eran para el periodista dos caras de un mismo parecer, cerril y destructivo. Pocos en su momento lo vieron con tanta claridad. Cuando en España se hacía un costoso esfuerzo de experiencia democrática, cuando los españoles ensayaban presupuestos nuevos en el quehacer político de la Segunda República y, empleados a fondo en lo inmediato, descuidaban la visión de lo de fuera, supo advertir Chaves cómo el nazismo y el fascismo extendían sus redes por Europa y empezaban a emerger en España. De la misma manera que advertía el daño que podía llegar a causar, como así fue, el radicalismo de corte bolchevique.

En magníficos reportajes, crónicas, artículos y columnas analizó acontecimientos grandes y pequeños. Entrevistó a exiliados de la dictadura de Primo de Rivera, a miembros del gobierno de la República, a reyes, emperadores, mandatarios y gente del pueblo; a exiliados de la revolución rusa, a revolucionarios asturianos en octubre de 1934, a braceros del campo andaluz, a las izquierdas catalanas triunfadoras en las elecciones de 1936; a jornaleros anarquistas, a romeros del Rocío y cofrades de la Semana Santa sevillana; a Ramón Casanellas, el asesino de Dato, en su exilio ruso; a la primera mujer que atravesó el Atlántico pilotando un avión, al Negus tras su destitución.

Refugio de exiliados

Viajó en avión (pocas veces en aquellos años el avión cumplía el itinerario marcado) hasta el Sáhara, donde fue de los pocos que presenció la ocupación de Ifni; hasta el Cáucaso por el este, siempre tras el acontecimiento de interés. Acogió en su refugio de París a otros exiliados y en Londres montó una agencia que servía información de Europa ( y de España, por supuesto) a América Latina. Colaboró con el gobierno francés, y más tarde con el inglés, convencido de que España sólo se salvaría si se salvaba la democracia. Como tantos, sufrió la gran desilusión cuando Petain pactó la entrega de Francia a Hitler. El largo camino desde la calle Jáuregui, de Sevilla, a Fleet Street, de Londres, lo recorrió Chaves observando y tomando nota: "andar y contar es mi oficio", dijo.

En el mes de mayo de 1933 Chaves visitó Alemania. Hitler había tomado el poder en enero y Chaves fue a aquel país para informar de lo que estaba pasando, a través de crónicas que publicó con el impactante título Cómo se vive en los países de régimen fascista. Fue entonces cuando entrevistó a Goebbels, a la sazón ministro de Propaganda. Con su cámara de fotos llegó el periodista hasta donde jóvenes deportistas alemanes cavaban sin saberlo, imbuidos del amor a su patria, los que más tarde serían campos de exterminio. Pronto los alemanes se sintieron molestos con la presencia de este informador español que preguntaba demasiado. Le invitaron a salir de Alemania. Ya siempre tuvo a la Gestapo tras sus huellas. Y el Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo lo condenó años más tarde a "inhabilitación absoluta y perpetua".

El periodista español, lúcido, analítico y ecuánime, que se autocalificaba de "pequeño burgués liberal"; que se afilió a la Masonería y que defendió, en su vida y en su obra, a la República legítimamente instaurada, acumuló razones suficientes para ser un exiliado y pasar así al olvido. Hoy vuelve con nosotros. Rescatarlo ha sido un verdadero placer.



Un retrato del doctor Goebbels

Manuel Chaves Nogales
Ahora, Madrid, 21 de mayo de 1933
(Incluido en Obra Periodística, II)

He ofrecido hacerlo y lo cumplo. Cuando solicité una interviú con el doctor Goebbels, que es, a mi juicio, el tipo más interesante de la nueva Alemania –incluyendo en esta subordinación de interés al propio Hitler-, me pusieron, naturalmente, algunas cortapisas. Ser ciudadano de la República Española y periodista liberal no es hoy, para los gobernantes alemanes, una invitación a la confianza. Los españoles estamos haciendo exactamente lo contrario de lo que hacen los alemanes, y ya suponen ellos que no vamos a traicionar nuestras convicciones nacionales en beneficio de las suyas. El señor ministro de Propaganda –me dijeron- contestará a tres preguntas que usted le haga, pero, si no quiere correr el riesgo de ser desautorizado, estas tres preguntas y sus respuestas deben publicarse textualmente, sin comentarios ni interpretaciones; cada pregunta, con su respuesta, a renglón seguido. Nada más.

Así lo prometí y así lo cumplo. Permítaseme, sin embargo, decir a mis lectores quién es este doctor Goebbels.

Es un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida, se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales. Toda Alemania está llena de anécdotas pintorescas sobre este tipo estrafalario, al que –verdad o mentira- se le ha colgado todo aquello que puede hacer polvo a un hombre. Siendo, como es, el azote de los judíos, se ha dicho incluso que era judío, aunque, según parece, la única verdad es que su suegra llevaba un apellido israelita.

Pero Goebbels era un tipo enconado, duro, implacable, que todos los días, después de andar ajetreado en menesteres revolucionarios, se encerraba en la redacción de Angriff –el órgano en la Prensa del nacionalsocialismo- y dictaba a una mecanógrafa un artículo de fondo. Este artículo de fondo del Angriff, que Goebbels dictaba mientras iba y venía por la Redacción arrastrando su pata coja, llegó a ser lo que todos los periodistas quisieran que fuesen sus artículos: un suceso, un verdadero suceso que se producía en la conciencia del lector cada vez que en el "Metro", en el café, en la calle, donde fuese, alguien cogía el periódico y se ponía a leerle. Tenía esa misma facultad prodigiosa que en nuestro tiempo han tenido León Daudett, el reaccionario, y Trotski, el comunista. Goebbels escribía como hablaba: claro, sucinto, terminante. Hay en él la misma capacidad de sugestión y de dominio que en todos los grandes iluminados, en todos esos tipos nazarenoides de una sola idea encarnizada: Robespierre o Lenin. Lucirá mucho menos que Hitler en las paradas, pero es más certero. Creo que no se pone nunca la "camisa parda", pero debajo de su gabardinita insignificante lleva la guerrera más ajustada de Alemania. Es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante. En España no ha habido así más que algunos curas carlistas, hace ya muchos años.