Bibliografía sobre el autor de María Isabel Cintas Guillén
La gesta de los caballistas
María Isabel Cintas Guillén
Actas del curso "Andalucía: guerra y exilio", Universidad Pablo de Olavide, Carmona, septiembre de 2003, Sevilla, 2005.
La nómina de autores que escogieron como tema literario episodios de la Guerra Civil española de 1936 - 1939 es larga y conocida. No volveremos, pues, sobre ella, sino que nos limitaremos a fijar brevemente nuestra atención, en este pequeño reducto espacio-temporal de que disponemos, en un relato breve de Chaves Nogales, el titulado "La gesta de los caballistas", que aparece dentro de su libro titulado A sangre y fuego. Héroes, Bestias y Mártires de España (1937). Este contundente título responde a condicionamientos del momento y no es único. Casi todos los autores que cultivaron este género de urgencia, que se sitúa a caballo entre la crónica periodística y el relato con algún que otro elemento de ficción, aunque fuertemente apoyado en la realidad, debieron experimentar parecidos sentimientos a la hora de titular sus trabajos: sólo un lenguaje exaltado, una sensibilidad lingüística desbordada, sería capaz de expresar lo que se quería transmitir. Y sólo a través de este lenguaje exaltado se llegaría a poder expresar la violencia de los acontecimientos que se vivían. El lenguaje comedido habría que dejarlo para ocasiones en que los ánimos no estuvieran acosados por la constante descarga emocional que dejaban en los ciudadanos los acontecimientos a los que se veían expuestos.
Uno de los escritores españoles cuya obra cae dentro de este marco de exaltación fue Alfonso Camín, asturiano que se exilió al comienzo de la guerra y dejó una amplísima obra, aún sin recuperar, de la que se puede obtener exhaustiva referencia en La voz de los náufragos1. Uno de sus libros, también de contundente título, España a Hierro y Fuego (episodios de la guerra civil española), México, 1938, aporta informaciones sobre la conquista de los sublevados en distintos puntos de España. La ficción es mínima en esta crónica periodística en la que el autor aporta minuciosos datos recogidos de primera mano en su tránsito por los territorios ocupados. La descripción, minuciosa en el norte de España, se hace "de oídas" en el sur. De los legionarios es la definición de la cruel toma de Badajoz, donde más de dos mil personas fueron ametralladas por los regulares y el Tercio: "Fue una corrida. Los liquidamos en la plaza. Yo ya tengo la alternativa (...). Después de Badajoz, todos somos espadas". Y recoge también en el libro, entre otros muchos testimonios estremecedores, las palabras con las que Franco arengaba a los moros que habían de acompañarle en la invasión de la Península:
Vais a reconquistar de nuevo tierras andaluzas. Vais por todo lo vuestro: la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba. Todas las tierras del Califato. Todo lo que ha sido de vuestros antepasados. Pero, además, oídme bien, soldados míos hermanos del Islam: ¡vais a matar cristianos2!
De parecido corte es el primer libro de relatos publicado por Arturo Barea en 1938 titulado Valor y miedo, editado en 1938 por Publicacions Antifeixistes de Catalunya, cuando ya su autor se encontraba en París en un exilio obligado por la persecución de que era objeto por parte de los comunistas. El libro lo forman veinte relatos breves recogidos de la realidad y en él se exalta a los resistentes de la zona republicana.
Del mismo año es el libro de relatos breves Entre dos fuegos3, de Antonio Sánchez Barbudo, donde se recogen fuertes impresiones de los primeros momentos de la guerra en el bando republicano, a veces utilizando acontecimientos autobiográficos y otras hechos fácilmente constatables. En La voz de los náufragos podemos encontrar cumplida referencia de otras obras similares, como los relatos del vasco Pedro de Basaldúa (Sangre en la mina y El dolor de Euzkadi), en los que "la República española y el País Vasco aparecen realmente como dos mundos totalmente separados (...). La República, como tal, tampoco aparece mencionada en ninguna de las dos obras; como aplicando "avant la lettre" aquella máxima orweliana de que "lo que no se menciona no existe", tan cara a los nacionalismos ibéricos, al hablar de España, en opinión de Maña y otros4. Recopilación de narraciones son igualmente El infierno azul, de Isidro Mendieta; Primeras jornadas y otras narraciones de la guerra española, de Vicente Salas Viu (1939-40) y El hombre solo, de Pablo de la Fuente, de 1939.
En cuanto al libro de Chaves al que dedicamos especialmente nuestra atención, el titulado A sangre y fuego, es, sin duda, el que mejor suerte ha corrido entre los de su grupo. Los nueve relatos son un recorrido por otros tantos episodios de los comienzos de la Guerra Civil, dotados de una gran intensidad vital y un dramatismo que presenta grandes dotes de contención. Con un lenguaje exaltado tan sólo en el título, pero sobrio y directo en los relatos, está desprovisto de adornos innecesarios, a veces esperpéntico, a veces barojiano, pero siempre preciso y contundente. Sus personajes están sacados de la realidad, aunque en ocasiones puedan aparecer con nombres ficticios. Los acontecimientos que se narran no dejan lugar a la fantasía: todo lo que se cuenta está sacado de la propia realidad personal del escritor y de las noticias que le llegan a su casa de Montrouge, el exilio parisino de Chaves, traídas por otros exiliados a los que sus ideas democráticas y republicanas arrastraron a los arrabales de París5.
Como era frecuente en el momento, los periódicos y revistas de todo el mundo "conocido" solían presentar relatos cortos que retrataban aspectos de la realidad, y este destino primero tuvieron gran parte de los relatos que forman parte de las colecciones de que venimos hablando.
Así es como apreció por primera vez en La Nación de Buenos Aires el domingo 31 de enero de 1937, en la sección de "Variedades", el primero de los relatos que actualmente forman el libro, titulado "Y a lo lejos, una lucecita". Con anterioridad Chaves había publicado en este mismo periódico un reportaje por entregas en 1929, el titulado "La vuelta a Europa en avión". Igual que entonces, cada relato ocupaba una página completa del periódico. Llevaba ilustraciones de Alejandro Sirio. Junto a la firma se concretaba "para La Nación", y se fechaba en París, enero de 1937. El cuento acababa de ser escrito por un Chaves Nogales recién llegado al exilio de París, donde ha de abrirse camino y asistir a su familia, mujer, tres hijos, hermano y algún que otro agregado, como Sasha Suvarov, "Suva", un ruso blanco exiliado al que conocía desde los tiempos en que recogía datos en París para elaborar Lo que ha quedado del imperio de los zares.
La Guerra Civil española era objetivo informativo de primer orden en Argentina, y los lectores de La Nación estaban a este respecto perfectamente informados, gracias, en primer lugar, al magnífico trabajo de Melchor de Almagro Sanmartín, quien desde enero de 1937 firmaba las entregas diarias de la serie "Notas para la historia de la guerra civil española", recogida poco después en un libro del mismo título publicado por la editorial Rodriguez Giles, de Buenos Aires. Por estos años colaboraban asiduamente en La Nación muchos españoles de prestigio: José María Salaverría, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Corpus Barga, Américo Castro, Ramón Gómez de la Serna, Baroja y otros muchos. La amplia gama de opiniones de que las izquierdas hacen gala nos permite ver la contienda desde distintas perspectivas. Algunas voces se levantan discrepantes en el caos que la guerra produce, como ocurre con Gaziel en su interesante artículo titulado "Los intelectuales españoles: el silencio es traición6". O el no menos interesante de Pío Baroja titulado "Los españoles en París", donde el escritor vasco comenta cómo se está desarrollando, desde su particular óptica, la llegada al exilio de los grupos de españoles que arriban a Francia7.
Pero continuemos con el tema que nos interesa. Estos relatos de Chaves van tomando cuerpo, y la idea de reunirlos en un libro se aprecia en el hecho de que "La gesta de los caballistas" aparece ya el 7 de febrero bajo el epígrafe general de A sangre y fuego. Episodios de la guerra civil y la revolución en España. Esta vez la ilustración la realiza Juan Carlos Huergo. Otros relatos más publica La Nación con una relativa periodicidad, como "Massacre, massacre" (el 14 de febrero), "Los guerreros marroquíes" (25 de abril), "La columna de hierro" (16 de mayo), "Consejo obrero" (27 de junio), y sucesivos8.
Por otro lado, estos relatos breves, que explicitan de una forma tan contundente la situación que se vivía en España, tuvieron también repercusión en Europa. Chaves trabajaba en París para la poderosa agencia de noticias Havas, y la demanda de noticias de la situación española para ser dadas a conocer en Europa y América Latina debía ser importante. El 15 de abril de 1937 aparece una colaboración de Chaves en el periódico parisino Candide, el relato "Le jeu de massacre", que lleva un antetítulo, "Dans Madrid bombardé" y que forma parte de la serie a que nos venimos refiriendo9.
El 8 de enero del año siguiente, 1938, el periódico londinense Evening Standard comenzó la publicación de la serie, en traducción de Baeza y Harding10. Con ilustraciones (dos por relato) de Mendoza, y bajo el título genérico Heroes and Beasts, el autor es presentado al público inglés como anticomunista y antifascista. El orden de los relatos se altera: "And in the distance a light...?", "The iron column", "Massacre", "The Moors Return to Spain", "Long live death", "The grandee´s cavaliers", "Anvil", "The Treasure of Briesca", "Council of Workers". Aunque son nueve los episodios recogidos en todas las ediciones, en Evening Standard, y culminando la serie, apareció un último relato titulado "The refuge", sobre un dramático episodio familiar ocurrido en un refugio durante un bombardeo, posiblemente narración inmediata de alguien que acababa de tener o traer noticias del Madrid sitiado.
Los nueve relatos (excepto The refuge) aparecen reunidos en la primera edición que se realizó en libro y que apareció en Chile11, en 1937. Del mismo año es la edición de Nueva York12. Un año después aparece otra edición en Canadá13. Por fin el libro fue reeditado en 1993 dentro de Manuel Chaves Nogales, Obra Narrativa Completa14. Le siguió la edición de A sangre y fuego, Espasa Calpe, Madrid, 2001.
La obra tiene, pues, un éxito fulgurante; no tenemos noticia de otra colección de relatos de la Guerra Civil que fuera más inmediata, ni más amplia en difusión. Ello, unido al hecho de ser traducida al inglés15, y editada en Europa y América, nos inclina a pensar que estamos ante una obra de envergadura histórica. Su autor, periodista republicano recién salido al exilio, hace lo que es habitual en su trabajo: recoger lo que cuenta la gente que vive los acontecimientos. La genialidad está en hacerlo con una prosa limpia, escueta; en organizar los textos en unas estructuras de relatos capaces de mantenerse en el tiempo como obras genuinamente literarias; y en mantener una postura liberal, abiertamente en contra de la opresión y la rebelión franquista, pero también desprovista del encono, la rabia y la ofuscación que aparece en otros relatos de guerra y que quita valor a lo dicho una vez que han pasado las efervescencias partidistas de los primeros momentos. Es, pués, la magnífica ecuanimidad de la que hace gala el periodista, la que da perennidad al relato y lo sitúa por encima de pasiones encontradas.
Este aspecto de la personalidad del escritor es tal vez el más destacado, si lo situamos en el momento en que el libro fue compuesto. La visión del periodista, clara, contundente y analítica en el momento mismo de los acontecimientos, es algo inusual en el panorama de nuestra historia más reciente. Por si había que clarificar más, el prólogo que acompaña al libro es un auténtico manifiesto ejemplar de ecuanimidad y una lección de cordura. No sobra de él ni una línea. La explicación de la situación española, y la postura en esa situación de un periodista republicano, defensor de la República y de la democracia, que ha de salir al exilio empujado por los odios de uno y otro bando que se concentran en su persona, no puede ser más ejemplar. Es el hombre devorado por los las posturas extremistas, símbolo sin proponérselo de una España cuya piel desgarran para adueñarse de ella dos enemigos en contienda: los rojos y los azules, los bolcheviques y los nazis, los cavernícolas y los extremistas proletarios. Contienda equivocada cuyas consecuencias todavía no ha dejado de pagar España.
En la "Nota del editor" de la edición de Ercilla, Santiago de Chile, 1927, se lee:
Chaves Nogales jamás ha militado en un partido político. Su credo es la democracia. Cree en la libertad política y detesta toda clase de dictaduras, tanto la fascista como la comunista, igual la racista que la proletaria. Por sostener que es necesario el control de la opinión pública sobre los asuntos públicos, siempre ha tratado de suscitar en España el interés de las masas por los más graves problemas sociales y políticos del momento.
(...) Chaves Nogales, avizorando los acontecimientos que iban a producirse en su país, abrió campaña contra los extremismos de lado y lado, tratando de pacificar los espíritus, como medio de impedir la guerra civil que todo hombre alerta sabía inminente.
Y como la guerra llegó sin que se pudiera evitar, como opinaba un crítico de Evening Standard el 8 de enero de 1938 en una columna titulada "Heroes and Beasts", Chaves Nogales pinta la guerra tal como es. No la hace bonita, cortés o cómoda. Él dice la verdad, y como posee el don de la escritura vivida y es un observador implacable, la verdad, tal como él la cuenta, es inolvidable.
"La gesta de los caballistas"
Pero ya es hora de que nos centremos en el relato. Si el 7 de febrero aparece el texto del mismo en La Nación y, teniendo en cuenta que la historia debió ser compuesta alrededor de la Navidad de 1936, estamos ante una situación que se produce en los primeros meses de guerra. Los datos le son comunicados al periodista por exiliados que llegan a París, donde él se encuentra desde noviembre de 1936. Son acontecimientos ocurridos, pues, muy al principio de la guerra, pero ya las derechas aparecen perfectamente organizadas, jerarquizadas y poseedoras de una coherencia estratégica que no poseen las izquierdas, que se enfrentan por ello en una lucha desigual.
El relato escogido se nos presenta como ejemplar en varios aspectos. En primer lugar ofrece una disposición escueta de los grupos humanos que integran los dos bandos, las derechas y las izquierdas. En un segundo plano nos evidencia cómo se producían los enfrentamientos directos, es decir, cómo se produce la lucha cuerpo a cuerpo y qué factores emocionales complican esta lucha que es, en definitiva, fratricida. Y en tercer lugar nos cuenta cómo se produce la administración de "justicia" en la zona rebelde, concretamente en una cárcel de Sevilla. Si bien el relato puede ser imaginario, los elementos que lo conforman están sacados de la más estricta realidad.
La situación es la siguiente: tras la toma de Sevilla, Queipo de Llano planea limpiar de rojos la campiña del Condado en la pretensión de barrer por la carretera general hasta la provincia de Huelva. Comunica sus pretensiones al marqués (?), que organiza una partida familiar integrada por sus hijos, cuarenta mozos con sus caballos de labor y sus escopetas, el aperador y el manijero en labores de lugartenientes del marqués, y el cura, que tras decir la misa la campaña y vencer ciertos escrúpulos ("mucho me gustaría ir a la caza de esos bandidos rojos, pero no me atrevo por temor de los hábitos. Luego dicen que los curas somos belicosos y sanguinarios...), "pidió una escopeta y una canana que se ciñó sobre la sotana, cambió el bonete por un sombrero cordobés y saltó gallardamente al lomo del caballejo16 (p. 643)".
Así organizada la partida, el hilo argumental sigue una trayectoria muy simple, que pondrá sin embargo en evidencia una situación que se repitió dramáticamente a lo largo de la contienda fratricida: la coincidencia en campos contrarios de dos viejos amigos, compañeros de escuela en la infancia, que ahora pertenecen a los dos bandos irreconciliables: el maestrito de Carmona, comunista, y el hijo del marqués. Se produce el encuentro y la complicidad elemental que cuesta a uno la muerte y a otro el destierro, por otra parte, las dos únicas salidas que quedaron en todos los casos a los vencidos de la lucha.
Como señalamos más arriba, lo que llama la atención en este relato y lo que nos ha impulsado a detenernos en él es la nitidez y ejemplaridad con que, sobre este tejido argumental, aparecen estructuradas, en primer lugar, las dos fuerzas que combaten. Por una parte están las derechas, representadas en el marqués, que simboliza la quintaesencia del "señorito" ("él era un señorito. Y por no dejar de serlo se batía"). Aunque todo marqués es señorito, la situación no es reversible, ya que al primero le viene de casta ("¿Te has olvidado de quién soy yo y cuál es mi casta? ¿No me llamaste siempre "el señorito"? Un señorito no se rinde"). Pero también hubo "señoritos rojos", "viejos caciques de los pueblos que para su mal habían jugado a última hora la carta del Frente Popular (660-661)".
La vida del marqués y su intervención en la lucha están perfectamente jerarquizadas. Llamado por la derecha a colaborar estrechamente en la defensa de unos intereses comunes, la sociedad en que se mueve presenta una estructura anquilosada e inamovible desde tiempo inmemorial: se oye misa antes de salir de partida, misa presidida por el señor marqués, detrás del cual se sitúan sus hijos, los varones (las mujeres se han ido a Biarritz, Cascaes y Gibraltar), "con sus chaquetillas blancas, sus zahones de cuero, la calzona ceñida, las espuelas de plata, la fusta jugueteando entre las manos cuidadas (641)". En un segundo plano se sitúan el administrador de las fincas, el aperador y el manijero. Nadie osaría avanzar un palmo en el espacio que le está destinado. Finalizada la misa, el grupo se organiza en posición de ataque conservando la jerarquía, seguido a prudente distancia por la tropa de mozos a caballo ("vaqueros, yegüerizos, pastores, gente del campo nacida y criada a la sombra del cortijo y del marquesado (643)"); armados de escopetas y dispuestos a partir tras la breve arenga del marqués que, indefectiblemente, termina con el ¡Viva España!, que el cura completa por esta tierras con ¡Y la Virgen del Rocío!
La patrulla sale al encuentro de las tropas organizadas, con las que constituirá un frente común y complementario: los moros, los legionarios, los muchachos de la Falange y los paramilitares, como algún torero de fama17, como "el Algabeño con su tropa de caballistas, en la que van los mejores jinetes de la aristocracia sevillana y los hombres de su cuadrilla, sus banderilleros y picadores, tan valientes como él y "capaces de lidiar lo mismo una corrida de Miura que un ayuntamiento del Frente Popular (664)".
La caravana de la Falange Española estaba formada por camiones que entraban en los pueblos con gran estruendo de bocinas, "tremolando banderas rojinegras18, alzando los fusiles sobre las cabezas y cantando a voz en grito su himno (650)". Al llegar a un lugar ponían en marcha todo ese espectáculo: "Los falangistas, irreprochablemente uniformados con sus camisas azules, sus gorrillos cuarteleros, sus correajes y sus pantalones negros, remedaban la tiesura y el automatismo militar con tanto celo que los propios militares de profesión, al verles evolucionar, sonreían benévolamente (650)".
Los moros (los Regulares) y los legionarios (el Tercio) completan el elenco humano que compone el conjunto de las fuerzas de las derechas, que cuentan con las bendiciones de la iglesia católica. Cómplices de los crímenes y testigos mudos de sus atropellos, los curas callan y otorgan. E incluso encuentran justificación para su papel: "¿Para qué estoy yo aquí sino para arreglarles los papeles a los que tengáis que mandar de viaje al otro mundo? (647)".
Esta tropa tan bien organizada está guiada por la obediencia ciega, su principal arma. La parafernalia guerrera de la derecha contrastó siempre con la desorganización de la izquierda, cuyo sólo distintivo solía ser un pañuelo rojo al cuello acompañando una pobre indumentaria de proletario. En la derecha, la obediencia ciega y la defensa de unos intereses de clase poderosa de los que no quieren ser desposeídos son la argamasa que da cohesión al grupo. Frente a esa obediencia ciega, los rojos defienden ideas: "ellos, los rojos, tienen su idea y por ella se hacen matar; los nuestros, no; van a donde el señor marqués les manda. ¡Que él no nos falte! (645)".
Por el contrario los otros, los rojos, descritos a grandes rasgos, son desorganizados, poco disciplinados, rebeldes frente al ordeno y mando, e incultos: "en la pared una bandera rojinegra y unos letreros revolucionarios escritos con mucho odio y con muchas faltas de ortografía". Los obreros de la ciudad, vestidos con monos azules y con una gran estrella de cinco puntas sobre el pecho, que han venido a los campos a dar a conocer las nuevas maquinarias, son, en opinión de los señoritos, los que han "pervertido" a los campesinos llenando sus cabezas de ideas envenenadas. Pero, en opinión del marqués, con mano dura se logra reducir esta rebeldía: "El pueblo siempre es cobarde y cruel. Se le da el pie y se toma la mano. Pero se le pega fuerte y se humilla. Desde que el mundo es mundo los pueblos se han gobernado así, con el palo. De esto es de lo que no han querido enterarse esos idiotas de la República (644)".
Como cada día durante los tres años que duró la guerra, se hicieron batallas cuerpo a cuerpo; pero, sobre todo, batallas entre hermanos, conocidos, familiares, gente del pueblo; el gran drama de la guerra civil es que el enemigo tiene nombre y pasado, conocido el uno y hasta es posible que común el otro. De ahí la dureza del encuentro. Por ello la batalla es, si cabe, aún más cruel:
Las batallas no se ven. Se describen luego gracias a la imaginación y deduciéndolas de sus resultados. Se lucha ciegamente, obedeciendo a un impulso biológico que lleva a los hombres a matar y a un delirio de la mente que les arrastra a morir. En plena batalla no hay cobardes ni valientes. Vencen, una vez esquivado el azar, los que saben sacar mejor provecho de su energía vital, los que están mejor armados para la lucha, los que han hecho de la guerra un ejercicio cotidiano y un medio de vida (658).
Concluido el enfrentamiento, el vencedor fusilaba en el acto al que sospechaba había disparado sobre sus tropas. Si, por alguna circunstancia, alguien duraba más, era conducido a las cárceles como prisionero. El lugar era "razziado". Los moros y los legionarios ponían una nota de crueldad aún mayor en estas "razzias" que se organizaban una vez concluida la lucha. En ellas, todo -robo, violación, incendio, asesinato... -estaba permitido; era la recompensa final de la dura batalla.
Nos detenemos por último en un lugar ejemplar del relato, la cárcel a la que eran conducidos los prisioneros a la espera de condena19. En Sevilla, los fascistas habían organizado una en el pintoresco salón Variedades20, de la calle Trajano, antiguo music-hall. Para su descripción nos tomamos la libertad de transcribir un largo párrafo. La agudeza descriptiva de Chaves Nogales, creemos, compensará y justificará la extensión de la cita:
Durante el día la cárcel del Variedades era el lugar más pintoresco del mundo. El buen aire, la compostura y el gracejo de los andaluces excluían toda sensación de tragedia. Una verdadera nube de vendedores ambulantes de chucherías acudía a las puertas de la prisión; los camaroneros con la cesta al brazo voceaban su mercancía por las galerías; en un rincón canturreaba fandangos un limpiabotas comunista; un alcalde de pueblo que había sido primero de la dictadura y luego de Martínez Barrio contaba cuentos verdes y, en un corrillo, un empleadillo afeminado y chismoso ridiculizaba a los jefes fascistas de Sevilla relatando episodios escabrosos de sus vidas con tal agudeza y tan mala intención que sólo por ellas estaba en la cárcel. Un jorobadito al que los rojos habían matado dos hermanos iba y venía en funciones de cancerbero y aunque estaba allí y había solicitado aquel puesto movido por un odio y un anhelo de venganza feroces, tenía buen cuidado de no hacer nunca un ademán o un gesto que traicionasen su oculta e inextinguible saña. Los fascistas, con esa manía reformadora de las costumbres que ataca a todos los partidarios de las dictaduras, querían imponer a los presos una disciplina aparatosa de origen germánico, a base de duchas, gimnasia sueca y tiesura militar. Pero se aburrían pronto al tropezar con la resistencia pasiva e inteligente de los presos y, en fin de cuentas, les dejaban hacer lo que querían.. Canturrear, murmurar por los rincones, mordisquear camarones o patas de cangrejos. Lo que por naturaleza ha hecho siempre el hombre andaluz caído en cautividad o desgracia.
Al anochecer todas aquellas sugestiones pintorescas se borraban como por ensalmo y aquellas gentes que durante las horas de sol se mostraban frívolas e indiferentes a su destino, se replegaban sobre sí mismas y acurrucadas junto a los petates contaban angustiosamente las horas que faltaban para que amaneciese. El conticinio era el quiebro trágico de la jornada. A esa hora el jorobadito recorría las galerías y llamaba por sus nombres a los presos que figuraban en una lista que llevaba en la mano. En la calle gruñían ya los motores de unos camiones. A uno de ellos eran conducidos los presos a quienes el jorobadito requería. No eran frecuentes las rebeldías ni los aparatosos derrumbamientos. Los hombres se dejaban llevar como el ganado. Alguna vez, a lo sumo, se esbozaba un gran ademán trágico que se frustraba en el congelado terror del ambiente.
-¡Salud, camaradas! ¡Viva la revolución social! -gritaba el que se iba.
Nadie le contestaba y el presito doblaba la cabeza y se dejaba conducir mansamente. El camión en que metían a los presos partía en dirección a la Alameda, tras él iba otro con una sección de Regulares y cerrando la marcha un tercero cargado de falangistas.
Cuando amanecía, todo había pasado.
La guerra puede ser narrada de muy distintas maneras. Con dramatismo y con todo el desgarro que admite una situación tan extrema y violenta. Con emotividad, dejándose llevar por la emoción. Con agresividad, tanto da de sí la violencia humana... Hay tantas formas de contarlas como hombres y mujeres que la padecieron por activa o pasiva.
Hubo un grupo de españoles, que cada vez se muestra más numeroso, que quiso conservar la calma dentro de la vorágine e intentó ser coherente y analizador, si ello era posible. Un periodista debe pertenecer, por su esencia a este grupo. El de los que quieren mostrar los hechos y dejarlos para la Historia. Y ello ha de hacerse no sin dificultad. No es fácil ser ecuánime en medio de la lucha, cuando ni siquiera la perspectiva permite el distanciamiento.
Hoy, ya lejos de aquellas luchas, hemos de esforzarnos en analizar con mesura los hechos, para que cada cosa ocupe su lugar. Por ello, terminamos trayendo a colación la voz de un investigador de la Universidad de la Martinica, que en un congreso celebrado en Besançon en el mes de mayo definió así la trayectoria de Chaves Nogales: "Il n´a cessé, dans son oevre d´écrivain et de journaliste, de mettre en garde contre les sirènes des discours populistes, nourris d´utopisme égalitaire, qui n´ont d´autre ambition que d´asseoir des régimes totalitaires 21".
Tomares, agosto, 2003
1 Mañá Delgado, Gemma y otros, La voz de los náufragos: la narrativa republicana entre 1936 y 1939, ediciones de la Torre, Madrid, 1997.
2 Ibídem, p. 208.
3 Sánchez Barbudo, Antonio, Entre dos fuegos. Narraciones (1937-1938), Hora de España, Barcelona, 1938.
4 Mañá y otros, Op. cit., p. 287.
5 Según declara el autor en el prólogo de la primera edición, el libro se compuso en París, Montrouge (Seine) entre enero y mayo de 1937.
6 La Nación, Buenos Aires, 19 de febrero de 1937.
7 La Nación, Buenos Aires, 30 de mayo de 1937.
8 No he podido confirmar la publicación de los tres relatos restantes por estar incompleta la colección de La Nación consultada.
9 No he encontrado más colaboraciones de Chaves en Candide de 1937 a 1940.
10 Luis de Baeza era periodista, corresponsal de Ahora en Londres, amigo de Chaves; D. C. F. Harding era su compañera.
11 A sangre y fuego. Héroes, Bestias y Mártires de España. Nueve novelas cortas de la guerra civil y la revolución, Ercilla, Santiago de Chile, 1937.
12 Heroes and Beasts of Spain, traducción al inglés de Luis de Baeza y D.C.F. Harding, Doubleday, Doran &Co. Inc., Garden City, New York, 1937
13 And in the distance a light, Traducción al inglés de Luis de Baeza y D.C.F. Harding, Heineman, London-Toronto, 1938
14 Edición e introducción de María Isabel Cintas Guillén, Fundación Luis Cernuda, Diputación Provincial, Sevilla, 1993, tomo II.
15 En la actualidad, Didier Corderot, de la Universidad (IUFM) de La Martinica, trabaja en su versión al francés.
16 Para las citas utilizamos la edición de la Obra Narrativa Completa de 1993, tomo II.
17 En 1938, cuando publicó su Homage to Catalonia, George Orwell reparaba en el hecho de que "por algún extraño motivo, los mejores matadores eran fascistas".
17 Obsérvese que la bandera de los falangistas lleva los mismos colores que la de los anarquistas, rojo y negro, si bien la primera ostenta el yugo y las flechas de los Reyes Católicos.
19 Las descripciones de Chaves Nogales poseen un punto de humor, dentro del dramatismo de la situación. Aunque abundan las descripciones dramáticas de estos momentos, traemos a colación un fragmento de otra descripción de las terribles "sacas", en esta ocasión referida a la cárcel de Salamanca": "Había una saca cada semana, más o menos, con diez, doce, catorce presos cada vez, en las primeras. Cuando había saca el silencio en la cárcel era sepulcral, nadie dormía la noche anterior. Gran parte de los presos se quedaban sin fuerzas para salir al patio, y los pocos que salían pasaban el tiempo atenazados por la tensión y la angustia", Severiano Delgado Cruz, "Dos obras nuevas de Joaquín Maurín escritas en el exilio sin salir de España", El exilio cultural de la Guerra Civil, 1936-1939, Biblioteca Virtual Cervantes.
Más información sobre las "sacas oficiales" en Ortiz Villalba, Juan, Sevilla 1936. Del golpe militar a la guerra civil, Vistalegre, Córdoba, 1997, p. 163.
20 "Los falangistas apaleaban y torturaban en la escuela normal de maestros, en el cabaret "Variedades" en cualquiera de las prisiones repartidas por Sevilla", Ortiz Villalba, Juan, Sevilla, 1936, op. cit., p. 165.
21 "No ha cesado, en su obra de escritor y periodista, de poner en guardia contra las sirenas de los discursos populistas, alimentados de utopismo igualitario, que no tienen otra ambición que asentar regímenes totalitarios", Corderot, Didier, "Manuel Chaves Nogales, un auteur espagnol entre l´enclume et le marteau", Congreso "Sceptiques et détracteurs face aux conceptions de l´être humain pur une cité idéale (XVIII-XXe siécles)", Besançon, mayo de 2003.