París, 1930


La vida nocturna parisina en los primeros años de la tercera década del siglo veinte era un espectáculo de efervescencia vital: cantantes, cantaores, bailarinas y bailaores, artistas de varietés poblaban los tablaos nocturnos, en tanto los ambientes diurnos acogían a pintores, músicos y toda una variada tropa de gente que buscaba ganarse la vida en la capital de la libertad. Acabada la primera guerra mundial, tras los estertores de la revolución rusa y los últimos coletazos de epidemias y desgracias, los pueblos de Europa querían disfrutar de un tiempo nuevo que ahora, alrededor de esta década de finales de los veinte y principios de los treinta, apenas despertaba.

España no era ajena a estas apetencias. Desde años atrás los españoles, que se darían una República poco más tarde, querían convencerse de que era posible un cambio radical en las estructuras de todo tipo (morales, económicas, políticas) del país. Era posible, había sido posible, arrojar del trono un gobierno autárquico de siglos como el de los zares en Rusia, por parte de la clase proletaria. Rusia había pasado a ser un modelo a imitar tras la revolución de 1917. “Rusia es el porvenir del mundo”, decía Valle Inclán. Asociaciones como “Los amigos de la Unión Soviética” engrosaban sus filas con los mejores intelectuales del momento, Antonio Machado entre ellos.

En efecto, antes y tras el triunfo de la República, la invasión de los temas rusos, sus músicos y bailarines (Diaghilev); pintores (Balachlova); sus políticos (Kerenski, Lenin, Trotski, Petliura, Denikin, Wrangel, Casanellas) se erigieron en modelos.

Un periodista español, Chaves Nogales, también iba y venía por este espacio: recorría Rusia y confirmaba hechos en sus crónicas de “La vuelta a Europa en avión”, que publicaba Heraldo de Madrid en el quicio entre 1928 y 1929, pero, como periodista, su bandera era la independencia de criterio. Había que informar bien, sin dejarse arrastrar por el corazón o las apetencias, o los giros vertiginosos de la historia. Y para ello era indispensable pisar el terreno. La verdadera cara de la revolución se le mostraba en ese viaje realizado diez años después.

Y así vuela sobre Europa hacía 1928. La historia gana con ello un gran viajero que realiza sus recorridos en aviones que hoy infunden pavor, y en vuelos arriesgados, peligrosos y aventureros; es un hombre que no se conforma con contar lo que le cuentan o lo que escucha, sino que decide exponerse para asistir al vario e influyente territorio, a riesgo de su vida y a riesgo de llevarnos a la verdad.

En sus viajes constantes para primero entender y luego explicar, el periodista asiste a la vida parisina y entabla conocimiento con personajes, muchos personajes de esa vida parisina, nocturna y diurna. Y así llegó una noche al cabaret Sevilla, no tanto atraído por el cante y el baile de su tierra como por el público que jaleaba el espectáculo, en su mayor parte rusos blancos, aristócratas con o sin títulos, profesionales e intelectuales que habían salido de Rusia huyendo de la revolución de 1917, estudiantes, incluso popes reconvertidos en profesores, cineastas o modistos, que habían hecho de la capital francesa su puerto de acogida. Acompañado de su fotógrafo Sacha Suvarof, también ruso blanco, el periodista andaba recopilando información sobre los expatriados de la revolución rusa, a los que entrevista. Mosaico fabuloso, único y clarificador, de lo que fue aquel acontecimiento y la posterior guerra civil rusa, puesto en boca de los perdedores, magistralmente contado en el reportaje Lo que ha quedados del imperio de los zares.

En el comienzo de la década de los treinta, Chaves estaba en París como corresponsal de Heraldo de Madrid. La vida nocturna de la ciudad llama poderosamente su atención, porque en los cabarets y nights clubs que proliferan en Montmartre, se mezclan “las danzas clásicas de los discípulos de Diaghilev [junto] a los pasos litúrgicos de los japoneses y los bailes populares nórdicos de la Balachlova”, dice la prensa. Este abigarrado espacio hace hueco a los representantes españoles del baile flamenco, ahora decepcionados de su país y refugiados en la capital francesa, porque en España ya no se baila (ni se admira) un bolero, una farruca o un garrotín. Allí han ido a buscar su dignidad y el reconocimiento Vicente Escudero, “el vanguardista revolucionario del flamenco”); y Antonia Mercé, la Argentina; y Miralles, “Teresina” o la “Joselito”. Y allí estaba Juan Martínez. Los artistas españoles se ganan la vida dando clase de su arte a francesas y emigradas rusas, deseosas de conocer y ejecutar los sensuales movimientos del baile flamenco. La capital francesa, París, y su corazón, Montmartre, ha pasado a ser “la sede de la flamenquería”, que se mezcla felizmente con los visos vanguardistas, surrealistas y dadaístas de los artistas que también desarrollan sus quehaceres en los mismos ámbitos. Y así Juan Martínez aparece retratado en la serie de Estampa con poses similares a las que adopta Vicente Escudero en las fotos de Man Ray de 1928.

¿Periodismo o literatura?


La aparición del folletín-reportaje, como lo calificaba la revista Estampa, apareció en esta revista del 17 de marzo al quince de septiembre de 1934, profusamente ilustrado con fotografías, documentos e ilustraciones de Rivero Gil. El texto escueto apreció en la edición de la editorial Estampa en 1934, con trescientas cincuenta y ocho páginas, desprovisto de fotos e ilustraciones.

Al año siguiente, 1935, se publicó la biografía de Juan Belmonte. Estableciendo un cierto paralelismo con Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, ya que en ambos casos se trata de narrar hechos de vida de dos personajes famosos y conocidos del gran público, podría surgir la duda de si se trata de periodismo o literatura, si son obras literarias o periodísticas. La literatura, quizá más organizada, estructurada y clarificada en sus perfiles que el periodismo, en razón a su mayor edad, se asignaría el derecho. Es cierto que en ambos relatos hay muchos elementos literarios. Pero Chaves es una persona formada en la literatura, cuidadosa con la forma y dominador de las técnicas de la estructura. Y además ambos, pero en especial Martínez, acogen muchos elementos, incluso formales, de la vivencia picaresca.

La biografía no está prevista como subgénero periodístico, aunque sí lo está el reportaje biográfico. Y en ambos casos, la propaganda en la prensa los califica de “folletines”, “reportajes folletinescos”, “novelas de la realidad que supera todos los folletines”. Pero el carácter de reportaje, de buen reportaje, de alto reportaje, de reportaje biográfico, en definitiva, parece primar en ellos sobre lo literario. Es un periodista el que ha seguido el proceso de indagación previo, a la vista de un material interesante, un periodista que ha pasado muchas horas frente a su interlocutor, lo que confirma el valor de la entrevista. Ha sacado lo mejor del pensamiento del entrevistado para que, al final, el personaje quede dibujado con total precisión y el lector informado con la mayor de las imparcialidades. Y ese es el trabajo del buen entrevistador. En definitiva, Chaves Nogales nunca pretendió ser un buen escritor, sino un buen periodista que, además, escribía bien. Como narrador, Chaves aparece como autor omnisciente dentro de la más pura tradición de la novela decimonónica. Lo literario se presenta a veces con sencillas imágenes y recursos que aportan una cierta intencionalidad poética o expresiva. En general, el periodista hace un despliegue ejemplar de todos los recursos que la literatura es capaz de poner al alcance de los grandes creadores.

Actualidad histórica del tema. España, 1934


La actualidad y trascendencia del tema están en consonancia con la situación política del momento en que se publica. El año 1934 fue fundamental para la República que, asediada por todo tipo de problemas, vio amenazados sus principios democráticos por continuos episodios de inestabilidad social.

Recurriendo a los periódicos de la época, que son siempre el mejor material para contextualizar y conjeturar así de paso las causas por las que aparecen en la prensa estos relatos, observamos cómo a principios de este año, el 16 de febrero, el diario Ahora, periódico que se había declarado de centro y defensor de la República como opción democráticamente elegida, se preguntaba en grandes titulares: “¿Qué va a pasar en España?”. Y continuaba: “Ante la amenaza de una guerra civil desencadenada por el propósito de los socialistas de lanzarse a un movimiento revolucionario, Ahora pregunta a todos los jefes de los partidos cuál será su actitud personal y la conducta de las fuerzas que acaudillan”. Y realizaba un examen minucioso, provincia por provincia, de los que defenderían el régimen, los que ayudarían a la revolución y los que se lanzarían a la contrarrevolución, en un intento de clarificar posiciones en una España sumida en contradicciones y conflictos de difícil solución. Basta hojear los periódicos de aquellos días para darse cuenta de la magnitud de los problemas que tambaleaban los cimientos de la República, democrática, presionada a la derecha y la izquierda por el fascio y el soviet. Durante el tiempo que duró la publicación del folletín ocurrieron en España acontecimientos transcendentales que a veces pasaban desapercibidos, pero que observados desde la perspectiva del tiempo ya pasado nos proporcionan las claves necesarias para entender qué fue lo que llevó al caos y la destrucción una República que había emprendido los cambios más sustanciales en la historia de nuestro país.

En el mes de abril se había producido la ocupación de Ifni, con lo que se reabría la herida abierta con la guerra de Marruecos. Se proclama la huelga general campesina por parte de la Federación Nacional de los Trabajadores de la Tierra, que el gobierno contrarrestó instaurando la censura de prensa y la puesta en marcha de un aparato represivo que llevó a la cárcel a más de veinte mil campesinos. Las organizaciones sindicales llevaban a las clases obreras a huelgas que agravaban considerablemente su situación y, en consecuencia, la del país.

Por las mismas fechas y en páginas secundarias se informaba de que Francisco Franco había ascendido a general de división, abriéndose el camino de una imparable carrera militar; Rafael López de Haro publicaba su novela Eva Libertaria; Romanones y Sánchez Guerra evocaban la caída de la Monarquía y el triunfo de la República en el tercer aniversario de su proclamación; los partidos políticos y las propias organizaciones sindicales repartían sus proclamas por los foros políticos, la radio e incluso las paredes, haciendo que Pío Baroja, tal vez un poco fuera de la realidad, escribiera en el mes de agosto: “Actualmente todas las paredes de los pueblos de España están llenas de letreros políticos: Viva la UGT, la CNT, la FAI, la FUE, la FE, etcétera. Dan ganas de sintetizar estas aclamaciones por una que diga: Vivan todas las letras mayúsculas del alfabeto 1”. Por si los problemas eran pocos, y como en una huida hacia adelante, el gobierno adoptó la medida de ocupar Ifni, La última empresa colonial española, como titulaba Chaves el reportaje que realizó para el periódico del que era redactor-jefe, Ahora, relatando durante los meses de abril y mayo su personal participación en la hazaña.

La aventura de Juan Martínez


La aparición del reportaje de las aventuras de Juan Martínez por la Rusia soviética no es tan inocente como pudiera parecer. Ni tampoco el tono, a veces cargado de dramatismo, pero salpicado de notas risueñas, y concebido con un marcado sentido del humor, en un equilibrio que sólo pocas personas podían lograr. Los acontecimientos sociales deslizaban a España al desastre y, en esa caída libre, las derechas aguardaban el final para aprovechar las consecuencias negativas del fervor revolucionario, que había llevado a las izquierdas más extremas a magnificar la revolución rusa como modelo a imitar. El mensaje que Chaves quería transmitir era claro: aquello, la Revolución Rusa y la posterior guerra civil fueron una guerra fratricida, y ni unos ni otros se salvan. Ambos bandos fueron crueles, sanguinarios, equivocados: ni los zaristas tenían la razón ni los revolucionarios acertaron; “asesinos rojos y asesinos blancos, todos asesinos”. El pueblo indefenso es y fue la única víctima de la revolución, de todas las revoluciones. Esta declaración, realizada en la España republicana del año 1934, supuso la aparición en el panorama nacional de un punto de vista sorprendente. Los integrantes de las llamadas “romerías a Rusia”, que llevaban a este país a lo más granado de la

(1) “Epigrafía callejera”, Ahora, 12 de agosto de 1934, p. 5.



intelectualidad europea, y por supuesto española, confirmaban a su retorno lo que decía la propaganda: era posible subvertir el orden establecido. Y España, con su República, confirmaba el aserto. Estas personas que viajaban a Rusia, representantes de todos los estamentos sociales (intelectuales, poetas, escritores, periodistas, viajeros2) se venían esforzando en entonar cantos de encendida admiración ante el país que había sabido derrotar el gobierno autárquico de los zares y conquistar para el pueblo la libertad. El “padrecito Lenin” no había sido puesto en cuarentena todavía, pocos habían denunciado los horrores de la Checa, de manera que las opiniones vertidas por Chaves en el folletín-reportaje hicieron que muchos españoles se sintieran molestos; otros, indignados; porque pocos escritores, pensadores o políticos habían hablado tan claro. Y, sobre todo, pocos habían dado tan pronto la voz de alarma ante un régimen que tiñó de sangre y terror la historia del pueblo ruso, por obra de aquellos bolcheviques fanatizados por las consignas de sus dirigentes. Adoptar esta postura crítica ante un hecho aceptado como ejemplar, que había atraído al país la moda de lo ruso (traducciones y adaptaciones de libros, espectáculos promovidos por artistas rusos, éxito de músicos y bailarines rusos, etc.) debió suponer una cierta conmoción. Chaves pasó a ser considerado enemigo por ambos bandos, las derechas y las izquierdas, los republicanos y los detractores de la República. Así lo recuerda él mismo en un libro de 1937 A sangre y fuego:

Me consta por confidencias fidedignas que, aún antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, consideraran por su parte que yo era perfectamente fusilable.

La historia vino a darle la razón, y no sólo la historia actual, sino también la inmediata. A los pocos días, del 5 al 18 de octubre de 1934, Asturias vivió unos durísimos sucesos revolucionarios que colocaron a la República en una de las situaciones más dramáticas de su corta vida. Chaves, que también cubrió estos acontecimientos para su periódico, decía en la crónica de Ahora del 28 de octubre titulada “El martirio de Oviedo bajo el imperio de la dinamita”:

(2) Es larga la lista de escritores que abordaron el tema de la revolución rusa alrededor de los años treinta (por acotar una fecha), y no sólo españoles (Ricardo Baeza, Pablo Balsells, Luis Amado Blanco, Enrique Díaz-Regt, Miguel Hernández, Andrés Martínez de León, Rodolfo Llopis, Eloy Montero, Margarita Nelken, Joseph Pla, Fernando de los Ríos, Ramón J. Sender, Rodrigo Soriano, Daniel Tapia, León Villanúa, Julián Zugazagoitia, etc.), sino también otros muchos europeos, como Barbusse, Gide, H.G.Wells o Arthur Koestler



Las referencias que se tienen de la lucha revolucionaria en las calles de Petrogrado y Moscú en 1917, de las devastaciones de la guerra civil en Ucrania y de las revoluciones comunistas en Alemania y Hungría no acusan un porcentaje tan elevado de edificios destruidos, de tesoros artísticos perdidos y de vidas humanas sacrificadas. Costó mucho menos implantar el bolchevismo en las calles de Moscú de lo que ha costado a Oviedo resistir a los mineros. Aquellos famosos “diez días que conmovieron al mundo” fueron positivamente menos espantosos que los diez días de la revolución de Oviedo.



Parece evidente que el elemento motivador del relato no es otro que la actualidad del tema ruso alrededor del año 1934, unida a la percepción más marcada por parte del autor del error de una parte del pueblo español en la creencia de la bondad absoluta de la revolución bolchevique. En la propaganda previa a la publicación se insistía en que el interés residía en que se trataba de explicar “claramente a los españoles CÓMO ES UNA REVOLUCIÓN SOCIAL”. La envoltura del humor, muy presente, oculta una forma de crítica, amarga en momentos, ligera en otros, chovinista con frecuencia, pero siempre buscando la complicidad del lector, recurriendo para ello a la manifestación por parte del protagonista de un marcado desinterés por la política en favor de la picaresca que le permite la supervivencia. Pero el autor, el verdadero interesado por la política, pone en boca de Martínez reflexiones sobre los acontecimientos que son auténticos esbozos de teorías políticas (en especial los capítulos 18 al 22) acerca de la revolución bolchevique, la guerra civil y las atrocidades cometidas por los bandos en contienda, que son duramente criticados.

La visión que Chaves presentaba en él de la tan admirada revolución rusa debió de ser sorprendente para muchos e inadecuada por inoportuna para los más extremistas de la izquierda. Existía la intención de trasmitir al lector la idea de la no aceptación de la ciega admiración hacia la revolución bolchevique. Porque Chaves Nogales fue siempre un demócrata que creyó en la libertad política y rechazó toda clase de dictaduras, tanto la fascista como la comunista: “Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución”, dijo de sí mismo poco más tarde.

Pero incluso cuando afronta las situaciones desde una óptica irónica, desenfadada o marcadamente humorística, Chaves Nogales no pretende frivolizar, sino, en su afán pedagógico, llevar al lector al campo de la observación no guiada, presentar los hechos y dejar que sea él quien juzgue.

Los personajes


Todos los personajes retratados en el folletín son reales, las fotografías que acompañan los textos vienen a confirmarlo. El personaje protagonista es Juan Martínez quien, de gira artística por Europa, acaba viviendo en primera línea los episodios de la revolución bolchevique y de la guerra civil rusa, en compañía de su mujer, Sole3. Junto a ellos, aunque en un segundo nivel, aparecen las Hermanas Ramírez, los Hermanos Fernández (payasos), la Catalanita, el clown Antonio Pérez (“Zerep”), los Mendoza, los Gerard, Pepe Ojeda, Angelita Mignon, etc. Y de fondo, los personajes de la revolución bolchevique: los zares, Rasputín, políticos como Kerenski, Lenin, Trotski, Petliura, Denikin, Wrangler… Organismos, como la Checa o la Duma; artistas cuyas historias se cuentan (la cantante Lianskaia, el empresario Krutikof, el chequista japonés Masakita); amigos rusos de Martínez (príncipe Wladimiro Obolienski); incluso españoles en Rusia (el camarada Galeno, Ramón Casanellas) …

Entre los artistas que luchaban por la supervivencia en los abigarrados ambientes de Montmartre se encontraba el maestro Juan Martínez, protagonista indiscutible y eje central de la narración. Martínez era lo más flamenco que puede llegar a ser un bailarín nacido en Burgos, según dice Chaves, aunque en realidad parece ser que era un flamenco murciano, cartagenero, compañero de Antonio Grau Dasset, discípulo a su vez del transformista parisino Frégoli, y que tenía en la rue Lepic, de París, su Café Cantante4 . Lo describe con aires de “granujilla madrileño y castizo, con arrequives de pillo de playa andaluz, pero muy mirado, de una peculiar hombría de bien y una moral casuística complicadísima”. Hablaba en una lengua imposible, mezcla de diversas procedencias, y había recorrido mucho mundo en exitosas tournées en las que tenía no poco mérito su compañera Sole, “una moza de pueblo alegre y bonita como una onza de oro”. En este trajín artístico había conocido momentos estelares de la historia mundial; y narraba sus andanzas con tanta gracia y agudeza que Chaves quedó inmediatamente prendido en su relato. Contaba Martínez cómo había amenizado con sus bailes una de las últimas veladas de los zares, y cómo incluso la zarina le había saludado; hablaba de su periplo por medio mundo buscando, más que el éxito, la mera supervivencia, al verse

(3)Sole, la compañera de Martínez, presenta los atributos tradicionales de la compañera del protagonista: joven, guapa, simpática. Pero está desdibujada como persona. Ninguna novedad en este aspecto. El comportamiento de Martínez es el de cualquier español medio de su tiempo: él provee, luego él decide.
(4) . José Gelardo Navarro, El Rojo el Alpargatero. Proyección, familia y entorno, Almuzara, Córdoba, 2008, en “La historia de un mito de los cantes mineros”, Diario de Sevilla, 9 de enero de 2008.



sorprendido por acontecimientos de los que nunca eligió formar parte. Y lo contaba con tanta gracia, tanta justeza en el análisis y tanta clarividencia en la interpretación, que Chaves pensó que sería Martínez quien relatara a los españoles no sólo episodios históricos puntuales (como lo que había supuesto para el pueblo turco el gobierno de Mustafá Kemal Atatürk), sino sobre todo acontecimientos de calado y magnitud mundial: cómo es una revolución social, los males que acarrea; cómo fue la revolución rusa y cómo trastornó la vida de cien millones de rusos. Así, sin más preámbulo, un bailarín flamenco contó al público español con realismo, porque lo vivió, uno de los acontecimientos más trascendentes de la historia de la humanidad: la revolución bolchevique de 1917, la caída del gobierno de los zares y la guerra civil que asoló la URSS a continuación. Situación de extremo dramatismo, pero narrada con realismo y gracia, en lenguaje sencillo, con análisis llenos de rigor, profundidad, gracia y precisión, que servirían, en la intención de Chaves, para orientar a los españoles de 1934, empeñados en ese momento en otra revolución dentro del marco de la Segunda República española.

En cuanto a la peripecia personal del protagonista y de su compañera y pareja de baile, Sole, el éxito los acompañó hasta el final de sus vidas5 y los llevó a viajar por todo el mundo. El 16 de julio de 1936 apareció en Ahora una información a toda página de la tournée que iban a realizar por La Habana, Nueva York, Chicago, Detroit, San Francisco. Los Ángeles, Washington, Boston y México.

Son reales los personajes e igualmente reales los acontecimientos descritos: no cabe la fantasía en un reportaje. Este hecho es uno de sus reclamos. El apoyo en la realidad es la primera compulsión del periodista. Por ello no es de extrañar que el autor aproveche toda la oportunidad que se le presente para insistir en el carácter real de los acontecimientos que describe, de las situaciones que narra, de los personajes que

(5)Para algunos datos de su vida confiamos en los que oferta Juan Vergillos en su artículo aparecido en Diario de Sevilla el día 3 de enero de 2022 y titulado “Martínez y la revolución”: “El Ballet Español de Juan Martínez se formaría en 1929, según la necrológica del bailaor que publicó el New York Times en 1961. No sé hasta qué punto es fiable esta fuente. La información provendría, seguramente, de sus alumnos y deudos. En todo caso, la compañía de La Argentina ya ostentaba el nombre de Ballets Espagnols en 1927. Martínez estuvo en las compañías de La Argentina y La Argentinita. En 1929 presentó La ilustre fregona junto a Laura Santelmo en el Teatro de la Ópera de París. En 1933 participó como coreógrafo en la película Adieu les beaux jours y luego se marchó a Estados Unidos como maestro y director del Ballet Español de Juan Martínez, que funcionó en EEUU entre 1935 y 1937. Más tarde daría recitales a dúo con Antoñita, uno de los miembros del ballet. Al final de su vida volvió a los escenarios como guitarrista, faceta en la que llegó a grabar algunos discos acompañado al cante de artistas como el mismísimo Jacinto Almadén y a intervenir en distintos espectáculos. Murió en la ciudad de los rascacielos el 27 de noviembre de 1961, unos días más tarde del homenaje que había recibido en el Manhattan Center”.



aparecen: “esos espantosos relatos de guerras y revoluciones, que el maestro Juan Martínez hace en estas páginas con escrupulosa fidelidad histórica y prodigiosa exactitud de detalle”. Aparte de recordarlo textualmente en el pie de las fotografías, si es que las mismas fotografías y documentos no fuesen de por sí suficientemente explícitos, aparecen a veces notas del autor que insisten en el carácter verídico de las fuentes utilizadas: “Un documento auténtico”. “He aquí una foto histórica”. “Auténtica fotografía”. “Auténtica foto de una comisión depuradora bolchevique investigando quiénes eran artistas y quiénes no”. Las fotos de los crímenes de la Checa 6 avisan de que estos “tienen una intensidad patética que superan cuanto la imaginación de los folletines pudiera crear”.

Al igual que en Belmonte, el autor hace un planteamiento como autor omnisciente, con el que inicia el relato, pero, muy pronto en ambos casos, da la palabra al protagonista que ya se hace dueño de la situación. Solo en las líneas finales, el autor vuelve a retomar el relato para concluir informando de que el verdadero folletín es la historia paralela de Martínez y Sole, la historia personal que se oculta al público y que se cuenta, ya por boca del autor, en el desenlace de la peripecia vital de la pareja. Esa historia “es el verdadero folletín de la vida del maestro Juan Martínez”.

El maestro Juan Martínez que estaba allí


En el enuncio de la publicación se recordaba que “aparte su interés folletinesco, este reportaje tiene en estos momentos un extraordinario interés de actualidad, porque dice claramente a los españoles cómo es una revolución social”, con sus millones de muertos y exilados, sus líderes fanatizados, su miseria, su descontrol, su locura. Decir esto en la España de 1934, ser capaz de llamar a las cosas por su nombre (“asesinos rojos y asesinos blancos, todos asesinos”) le valió a Chaves el exilio y el olvido de unos y de otros.

Esta es la historia: El 26 de junio de 1914, cuarenta días antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, salieron de París “Los Martínez”, pareja artística que iniciaba

(6) En la contraportada de Estampa del 14 de junio de 1934, que se titulaba “Así mataba la Checa”, se aseguraba: “Es uno de los testimonios más veraces de aquella época de terror. Estas fotos, únicas en el mundo, reproducen la escena real de una ejecución tal y como se verificaban a diario centenares de ellas en los calabozos de la Checa”.



por Oriente una tournée que los llevó desde Turquía a Bulgaria y Rumanía, y de aquí hasta Rusia, en un huida hacia adelante que no hizo más que precipitarlos en zona conflictiva, ya que en Moscú tuvieron ocasión de bailar ante los zares, pero también se encontraron atrapados en los avatares de la revolución bolchevique y la posterior guerra civil, realizando continuos viajes por el amplio territorio de la URSS (de Odesa a Leningrado con distintas paradas en Kiev, Minsk, Gómel y Moscú) esquivando los lugares más difíciles, lo que no les libró de sufrir en sus propias carnes todos los horrores de la situación y, en consecuencia, les permitió poder sacar conclusiones que dejaron encandilado a Chaves Nogales cuando Martínez le hacía el relato, ya en París, en 1930 7.

Es éste un reportaje novelado de la realidad histórica en el que la vida es capaz de superar a la ficción más disparatada. Martínez era un ser de carne y hueso, y también real era el fondo histórico sobre el que su historia se articula. Pero, al no ser este personaje parte implicada en lo sentimental de la contienda -sólo la casualidad hace que viva los acontecimientos y se encuentre atrapado por ellos-, el distanciamiento crítico le permitía poner un velo de ironía a las situaciones, cosa relativamente fácil de hacer cuando ha transcurrido un tiempo desde que acontecieron los hechos y la vida ha ido limando las asperezas de las situaciones pasadas. Pensemos que en “los diez días que estremecieron el mundo 8”, nuestro protagonista se ve en el recuerdo “en Moscú, vestido de corto, bailando en el tablado de un cabaret y bebiendo champaña a todo pasto”.

El desinterés por ninguna de las opciones políticas que están dirimiendo el futuro del pueblo ruso de que hace gala Martínez a lo largo del relato, le permite como narrador enjuiciar los hechos que vive con imparcialidad, con ironía a veces, y siempre con un

(7)Para acceder al texto, consultar el tomo segundo de la edición de la Obra narrativa completa de Manuel Chaves Nogales, edición e introducción de María Isabel Cintas Guillén, Fundación Luis Cernuda, Diputación de Sevilla, 1993, 2009 (dos tomos); para más información sobre el autor y su producción, Obra periodística de Manuel Chaves Nogales, edición e introducción de María Isabel Cintas Guillén, Diputación de Sevilla, 200, 2013 (dos y tres tomos); así como el ensayo de Cintas Guillén, María Isabel, Un liberal ante la revolución. Cuatro reportajes de Manuel Chaves Nogales, Universidad de Sevilla, 2001.
(8)John Reed, Diez días que estremecieron el mundo, Akal, Madrid, 1974. Este documentado estudio apareció en 1919 con un prefacio de Lenin. Según Alfonso Rojo en Reportero de guerra sólo hubo tres corresponsales extranjeros presentes en la revolución bolchevique: el ya citado John Reed y los británicos Morgan Philips Price (corresponsal de The Gardian) y Arthur Rausone (de Daily New). Sin embargo, es interesante recordar la aportación de la periodista gallega Sofía Casanova, quien escribió para ABC las crónicas de la revolución que pudo vivir en persona y relató en su libro La revolución bolchevista. Diario de un testigo, Castalia, 1990.



espíritu crítico y analizador, sorprendente en una España que recibe dicho relato con el ánimo convulso y, en gran medida, confundido.

Martínez evoca cómo desempeñó todo tipo de trabajos intercalados con el de bailarín cuando la situación se lo permitió. Cómo desplegaba sus audacias de pícaro para comer cada día en un territorio donde la revolución y el desorden hacían imposible, no ya la convivencia, sino la propia supervivencia. Y cómo se las ingeniaba para salvar la vida y reflexionar, desde la ironía y el fino sentido del humor, sobre los transcendentales acontecimientos que se estaban viviendo. Atrapado por estos acontecimientos, poseedor de un sentido práctico de la vida que lo convierte en un antihéroe, llegó incluso a integrarse en la sociedad de la revolución:

Que te dejes de monsergas y te pongas a vivir como todo el mundo [le aconsejaba su mujer]; aquí ya no somos artistas, ni españoles, ni burgueses, ni nada. Aquí no tienen derecho a comer ni a vivir más que los proletarios y los bolcheviques, y ya estamos tú y yo siendo más proletarios y más bolcheviques que nadie.


Llama la atención la sencillez y simplicidad del vocabulario empleado, en el que se pueden distinguir dos características muy marcadas: fuerte presencia de extranjerismos, consecuencia del ambiente cosmopolita en que la acción se desenvuelve, y la no menos potente presencia de términos coloquiales, incluso vulgarismos, fundamentalmente andaluces.

Con estos elementos y en un relato lleno de dramatismo, pero teñido al mismo tiempo de un sutil e inteligente sentido del humor, era capaz Martínez de llevarnos a la entraña misma de la revolución y la guerra civil mostrando cómo vivía la gente los acontecimientos desde todos los ámbitos de la vida cotidiana. La prosa es ágil y el lector se siente atrapado por la amenidad, la rapidez con que ocurren los hechos, la sencillez en la exposición y la gracia no exenta de profundidad de que el periodista hace gala en unos de los folletines-reportajes más clarividentes de un momento en que este género gozaba de un gran respaldo popular.

El ilustrador, Rivero Gil


Parte esencial del relato son las magníficas ilustraciones de Rivero Gil. Francisco Rivero Gil (Cantabria, 1899- Ciudad de México, 1972), estuvo siempre muy cerca de Chaves Nogales. Tal vez se conocieron en Sevilla, mientras el pintor se formaba en la Escuela de Bellas Artes, y se volvieron a encontrar en Madrid, como colaborador Rivero de El Sol, Heraldo, Blanco y Negro, Estampa, y La Esfera, entre otros. Destacó en los ambientes madrileños como pintor, dibujante, caricaturista e ilustrador y durante la República como celebrado cartelista. En mayo de 1937 ingresó en la Agrupación Profesional de Periodistas de la UGT, exiliándose posteriormente a México, de cuyo Ateneo, integrado por exiliados, fue una pieza clave. Colaboró con Chaves Nogales como ilustrador de algunos de sus artículos para El Tiempo de Bogotá.
Cayó, como tantos otros, en el olvido. En 2011 la investigadora Donna Southard intentó el rescate con un artículo titulado “Francisco Rivero Gil. Dibujante de vuelta del olvido”, cosa que no consiguió plenamente. En 2019 Gonzalo Núñez publicó en La razón un artículo titulado “El maestro Rivero Gil que estaba allí”. Algunos de sus trabajos se conservan en el MOMA y en el Reina Sofía. Pero todavía se mantiene ignorado del gran público. La Biblioteca Nacional le dedicó una exposición en 2019, titulada “La seducción del libro. Cubiertas de vanguardia en España 1915-1936”. La sobrina nieta del ilustrador, Elena Rivero, apuesta por su merecida recuperación.

Los pies de todas las fotos e ilustraciones atraían al lector a la contemplación de estos personajes y acontecimientos que, aun siendo reales, llevaban tal carga de plasticidad que, sin ellos, la narración no estaría completa. No menos importantes son las fotografías que acompañan el texto, muchas de ellas cedidas por el propio Martínez. Chaves Nogales confió siempre en la ilustración y por ello acompañó sus textos, siempre que le fue posible, de ilustraciones o fotografías (algunas realizadas por él mismo). Sin este respeto y consideración a la parte gráfica tendríamos la impresión de que había quedado por cumplir un aspecto del quehacer del periodista, que luchó por la visibilidad de los gráficos que ilustraban sus trabajos, siempre presentes en ellos. Por esta razón, esta edición facsimilar, que deseé hacer desde que publiqué el primer escrito de Chaves Nogales, llena un capítulo de mi contribución al conocimiento del hoy, ya, considerado, mejor periodista español del siglo XX.

María Isabel Cintas
Tomares, primavera de 2024

Ediciones



-Edición de Estampa, 1934, del 17 de marzo al 15 de septiembre de 1934.
-Publicado en entregas (127) desde agosto de 1982 hasta enero de 1983 por ABC de Sevilla 9.

-Edición de J. Rodríguez Castillejo, Sevilla, 1992. Esta edición fue presentada por Salvador Villalba Díaz de Mayorga en el Ateneo de Sevilla el martes 26 de mayo de 1992. Asistió a la misma como invitado especial el Secretariado de Prensa del Pabellón de Rusia en la Exposición Universal de Sevilla de 1992. La edición se culminó gracias al empeño del anterior director de la casa editora, José Luis Ortiz de Lanzagorta. A la presentación asistieron Pilar y Pablo, hijos del periodista, que evocaron a su querida madre, Ana Pérez, viuda de Manuel, fallecida una semana antes.

-Ya desde el mes de febrero se trabajaba en la Diputación de Sevilla en la futura edición de la Obra Narrativa Completa de Chaves Nogales. Se publicó en Obra narrativa completa, tomo II, 1993, con la que se iniciaría la colección titulada Biblioteca de Autores Andaluces, nacida con la intención de recuperar la obra de autores sevillanos olvidados y/o desconocidos. En esta edición, de la que me encargué, se incluía el texto de El maestro Juan Martínez que estaba allí, que hubo de salir, por exigencias de la colección, sin fotografías ni dibujos, tal como apareció en la edición de Estampa de 1934. Se reeditó en 2009.

-El maestro Juan Martínez que estaba allí, edición para ABC, Barcelona, 2002.

-El maestro Juan Martínez que estaba allí, Libros del Asteroide, Barcelona, 2007.

-Con el título de Le double jeu de Juan Martínezlo publicó La Table Ronde, París, 2010.

(9)María Isabel Cintas, “Manuel Chaves Nogales en ABC: “El maestro Juan Martínez que estaba allí”, en ABC de Sevilla, un diario y una ciudad. Análisis de un modelo de periodismo local, Checa, Espejo, Ruiz, coordinadores, Universidad de Sevilla / ABC, 2007, pp. 117-128.