Un gran diplomático. Atilano Carnevali en Londres
Artículo de Manuel Chaves Nogales, inédito desde 1944.

Cómo fue despedido en Inglaterra el nuevo embajador de Venezuela en Bogotá. Una fiesta de inconfundible ambiente latino. Cómo se han compenetrado con la vida londinense los latinoamericanos residentes allí. La impasibilidad bajo la lluvia de bombas nazis. Un cálido elogio de Carnevalli (sic) al espíritu de los ingleses.

Por Manuel Chaves Nogales, representante de El Tiempo en Londres.

(En esta fotografía, que fue tomada en Londres durante la visita del doctor Eduardo Santos, aparecen el doctor Atilano Carnevali, que desempeñaba entonces el cargo de ministro ante el gobierno de su majestad británica y ha llegado ahora a Bogotá como embajador de Venezuela, los ministros de Bolivia, Panamá y México, la señora del ministro de Bolivia, el periodista Chaves Nogales y otras personas).

Estamos en un salón de recepciones de Knightsbridge, uno de esos salones londinenses de buen estilo, con esa suntuosidad antigua y sencilla que los tiempos modernos no han adulterado con el lujo chillón, la trepidación y el abigarramiento de los grandes hoteles. Unos viejos criados de gran vitola que ofician con el ritmo lento y suave de acólitos de unos ritos sociales perfectamente respetables, acogen a los huéspedes que van llegando traspasados de bruma y humedad en el tránsito inclemente de las oscuras y rezumantes calles londinenses y les conducen a través de los salones confortables y austeros hasta las grandes chimeneas en las que arde un hospitalario fuego de siglos. El maestro de ceremonias va cantando uno tras otro los nombres y los títulos de los representantes diplomáticos de la América Latina y de las personalidades latinoamericanas residentes en Londres.

Estamos en una recepción celebrada por la legación de Colombia en honor del doctor Atilano Carnevali, ministro de Venezuela en la Gran Bretaña, que ha sido nombrado embajador de su país en Bogotá, para donde partirá en breve.

El frío y ceremonioso ritual de las recepciones diplomáticas y el empaque de la cortesía británica se funden pronto en esta cálida atmósfera que los latinos saben crear en todas partes y en todas las circunstancias como una emanación de su personalidad. Los corrillos se animan, las conversaciones suben de tono gradualmente, los rasgos de ingenio zigzaguean, se charla por los codos, se bromea, se discute, abordando inclusive los grandes temas que raras veces se atreven a fulgurar en el medio tono discreto y suave de las recepciones típicamente británicas. En un ángulo del salón dos poetas de los mejores de América, el venezolano Paz Castillo y el mexicano Maples Arce se han enzarzado en una polémica literaria sobre las influencias europeas y americanas que hay en la obra de Rubén Darío, suscitada por una conferencia de Paz Castillo en Oxford. En un corrillo el doctor Porras, encargado de negocioas de Panamá, con su amplio ademán y su voz firme de tribuno, habla de los problemas sociales de América. El brasileño Pascual Carlos Magno, recibe las felicitaciones de todos por el grande éxito que está teniendo en Londres su novela "Sum Over the Palms" y propone una acción conjunta para dar a conocer en la Gran Bretaña la cultura, el arte y las letras de los pueblos americanos, aprovechando esta ocasión más propicia que nunca. El uruguayo Montero de Bustamente diserta con la gracia de un caballero artista del Renacimiento sobre los rasgos genuinos del espíritu anglosajón y en el centro de la sala se ha entablado un debate general y apasionado acerca del inglés básico y de la enseñanza del castellano en la Gran Bretaña, que en los últimos tiempos está recibiendo un colosal impulso.

La gran familia latinoamericana ha llegado a crearse en el ambiente londinense un estilo propio, una atmósfera grata, un clima adecuado a su espíritu que atrae y encanta a los mismos ingleses. Esta compenetración de los latinoamericanos con el ambiente británico, al que han sabido incorporarse sin dejar de ser genuinamente latinos y sin quedar desplazados por el ritualismo inglés que han sabido acomodar a su temperamento, es algo reciente, algo que no había existido en Londres antes de la guerra. Hubo un momento en que los americanos de habla española que andaban por Londres establecieron entre sí una relación más íntima y fraternal, al mismo tiempo que fraternizaba como nunca con los británicos.

Fue en la época de los grandes bombardeos alemandes. En este Londres inmenso y hermético los latinos habían estado siempre un poco perdidos, sintiéndose irremediablemente extraños y distintos. Fue el riesgo común, la solidaridad en el peligro, lo que dio carta de naturaleza a la colonia latinoamericana de Londres. Existe hoy una ciudadanía sentimental londinense que se cifra en el orgullo de haber compartido los sufrimientos y el heroísmo de la grande urbe. He oido a un chileno dispuatr a un londinense el derecho de ciudadanía diciéndole: "Es cierto que usted nació en Londres una vez hace ya muchos años; pero yo he nacido todas las noches en Londres durante seis meses".

La recepción de esta frase es en honor de uno de estos londinenses honorarios que puede afirmarse que nacieron cada noche de bombardeo en el corazón de Londres, es decir, dentro del recinto donde alcanza a oirse el tañido de las campanas de Mary-le-Bow, la capilla de Santa María del Arco, en cuya demarcación hay que haber nacido para ser londinense castizo, cokney genuino.

El doctor Atilano Carnevali, que marcha ahora a Colombia, pertenece por derecho propio a esa cofradía de londinenses de adopción que recibieron el bautizo del fuego alemán. Como tantos otros diplomáticos, permaneció en Londres al frente de la misión venezolana hasta en los peores momentos, cuando casi todos los gobiernos autorizaban a sus representantes fijar su residencia lejos de Londres, porque las bombas no entendían de inmunidades diplomáticas. Yo he visto al doctor Carnevali en las noches de más furioso bombardeo cruzar las calles londinenses con el buen talante de los tiempos de paz. Y no era él sólo. Eran todos los latinoamericanos de Londres que habían hecho cuestión de amor propio seguir su vida normal bajo el diluvio de las bombas. Yo he visto al doctor Abel Botero, actual encargado de negocios de Colombia, callejear bajo la metralla, diciendo, con tono altanero que evocaba la gesta americana: "No es más que plomo llanero…"

Esta fraternidad londinense de las horas de peligro que hizo más íntima la unión de los latinoamericanos entre sí y con los ingleses explica el cariño que lo mismo unos que otros están despidiendo al doctor Carnevali, que se va de Londres sin haberlo visto nunca iluminado y después de haber vivivdo entre sus tinieblas las horas más emocionantes de su vida.

En honor del nuevo embajador de Venezuaela en Colombia, se han celebrado estos días actos muy diversos, desde la comida dada en su honor por el secretario del Foreing Office, Mr. Anthony Eden, cuya invitación llegó al doctor Carnevali cuando su huésped volaba sobre la estepa de Rusia promoviendo la sensación de que era inverosímil que dos días después, a la hora fijada, estuviese en su puesto, agasajando al representante de Venezuela, hasta el gran banquete celebrado para despedirle por los jefes de misión de todas las repúblicas americanas en el que el decano de cuerpo diplomático latinoamericano, embajador de Brasil, señor Moñiz de Aragao, exaltó el sentimiento de solidaridad continental americana, diciendo: "Las circunstancias exigen la creación de una unión perfecta de todas las repúblicas latinoamericanas para la defensa de nuestra propia independencia seriamente amenzada por la fuerzas del mal que han intentado destruir el derecho que tienen los pueblos a vivir líbremente, principio vital por el cual nos batiremos siempre con la mayor energía. Las pretensiones de dominación y las veleidades de hegemonía, no podrán ser practicamente toleradas en el futuro, pues el sentimiento de la propia existencia exige la colaboración de todos y deshace la posibilidad de que cualquier nación pued subsistir sin el apoya de las demás".

La despedida del British Council al representante de Venezuela sirvió para que sir Malcolm Robertson esbozase las grandes líneas de los vastos planes de expansión cultural que se desarrollarán después de la guerra.

Correspondiendo a tales pruebas de afecto y consideración, el doctor Carnevali ha dicho: "Tengo el orgullo de creerme leal amigo de una tierra que se desangra peleando por principios de libertad humana, y un leal amigo nunca se pierde. La geografía significa muy poco cuando se ha penetrado hondamente en el corazón de un país, cuando nos ha inspirado la belleza de un paisaje, cuando nos hemos sentido bajo la influencia de su cultura, cuando su pueblo nos ha ofrecido pruebas de cariño, cuando hemos compartido juntos el peligro y la esperanza en los días de angustia. En tales condiciones espirituales es muy difícil partir y olvidar. Algo de nosotros mismos queda en el camino, y algo del país habrá de acompañarnos siempre. Lo que habrá de ir conmigo es un emocionante recuerdo de virtudes probadas al fuego en horas de adversidad, conmigo ha de ir también la convicción de que éste un pueblo viejo en la plenitud de sus energías jóvenes, de sus grandes impulsos, de sus más grandes ideales, de una inequívoca determinación a contribuir a que el mundo sea digno de la verdad cristiana y de tdod cuanto el cristianismo significa en aspiraciones de justicia y de fraternidad para los hombres".

Pero además de estos actos solemnes y protocolarios, ha habido en la despedida al doctor Carnevali otras fiestas más íntimas, en las que latinoamericanos e ingleses han testimoniado al representante de Venezuela su afecto personal. Un día se han reunido entorno suyo los secretarios, cancilleres y agregados, toda la muchachada de las misiones americanas; otro día han sido sus amigos particulares, ingleses, americanos y españoles; otro han sido los hombres de la City, sir Frederick Godber, sir Alexander Rogers, el industrial escocés Mr. Morrison, quien hizo al doctor Carnevali el más cumplido elogio que pueda hecerse de un hombre en este país: "En Gran Bretaña, dijo Mr. Morrison, decimos que un hombre es "every inch a gentleman" (cada pulgada un gentleman). Del doctor Carnevali pude decirse que es un caballero de pies a cabeza".

Así es como en el Londres se tratan los afectos entre latinoamericanos e ingleses. Así es también como los latinos de América se sienten aquí más unidos entre sí que nunca. Una síntesis deliciosa de América era la prolongación de uno de estos actos íntimos de adiós al doctor Carnevali, cuando en la residencia del argentino Pelufo el silencio de la noche londinense se rompía con las notas de las "Vidalas", el "Gato" y el "Pericón" que un piano en manos porteñas enviaba audazmente a perforar la niebla sorda de las orillas del Támesis.

El Tiempo, 29 febrero de 1944