El cante hondo, serio y transcendente
Artículo de Manuel Chaves Nogales, inédito desde 1922.

El cante hondo es una de las pocas cosas serias que quedan en España. Hace un siglo las canciones populares e Andalucía, que empezaban a languidecer con el progresivo acabamiento espiritual de la sociedad española, (…)*endaron en el alma popular, buscaron refugio en la subconciencia de la gentes cultas que quedaban fuera del menguado recinto espiritual de nuestra moderna ciudadanía, y esa hondura, ese cauce so(…)rado de su alto valor artístico y emocional, es la razón de que sea "jondo" el cante popular de Andalucía. Este cante es, sin embargo, el mismo que Estébanez Calderón degustaba intelectualmente, cuando la guitarra frecuentaba aun la sala de (…)rado de la casa andaluza, y andaba en mano de lechuguinos y damiselas.

En unos años de estupidez, las canciones populares de Andalucía fueron proscritas y su culto relegado a las clases más rezagadas y humildes que tuvieron a orgullo el ser depositarias de esta tradición artística e hicieron, con un indesechable afán artístico, una verdadera religión del cante, con su complicada liturgia, sus misterios insondables y su sacerdocio, que guardaba como oro en paño a través de las generaciones la esencia de las canciones populares, hasta el punto de que hoy mismo sea posible hallar en ellas adorables supervivencias que los técnicos llegan a enlazar con los primitivos cantos litúrgicos. Esta ha sido la obra de unas docenas de cantaores feos e intelectuales, que durante un largo período de miopía intelectual han sido el hazmerreir de la gente de cultura. Después de este calvario, del que ha salido el cante hondo milagrosamente indemne, el Ayuntamiento de Granada, asesorado por músicos, críticos y cantantes tan eminentes como Manuel Falla, Bartolomé Pérez Casas, Conrado del Campo, Lanote de Grignon, Miguel Salvador, Aga (ilegible)ahowska, Federico Mompou, Roberto Gerhart, Enrique Fernández Arbós, Pura Lago, Joaquín Turina, Oscar Esplá, Felipe Pedrell, Adolfo Salazar y otros ha intentado la resurrección del cante hondo y ha dado el primer paso para ello, organizando un concurso regional que ha subvencionado con doce mil pesetas.

Al solo anuncio de este concurso unos cuantos camellos se han escandalizado. Primero los que no conocen el cante hondo más que a través de la ramplonería saineteril; después, los que esgrimen contra toda innovación el cuadro topical de las viejas necesidades nacionales, eternamente desatendidas: la enseñanza, el alcantarillado, las obras públicas… (Ocurre, que al mismo tiempo que el cante hondo, arrojado a la gente raez, llega a nuestras manos en toda su integridad y pureza artística, se desmorona la Alhambra, sometida a la custodia de un Estado que invierte miles y miles de pesetas en la "no conservación" de los monumentos nacionales).

La única objeción atendible que se ha formulado contra este concurso de cante hondo es la referente a que esta resurrección de las canciones populares de Andalucía no tenga tdod el alcance que debiera tener. Hay, en efecto, un enorme peligro para la conservación del cante hondo en el hecho de que pueda caer en la vulgaridad y la ramplonería, al hacerse ahora ciudadanos, al civilizarse, al ponerse en contacto con esta pobre ciudadanía de nuestra época. Preferimos que siga soterrado, discurriendo por el subsuelo de la espiritualidad andaluza. Recientemente los cupleteros han pretendido dar una nueva interpretación del cante hondo con sus cancioncillas torpemente llevadas al pentagrama, y el resultado no ha podido ser más desastroso.

No nos maravillemos, pues, ante la trascendencia y alta significación que un grupo de intelectuales quiere dar al cante hondo. En el desgarrón de sus notas, como en la incoherencia de sus letras, existe un enorme poder sugeridor: es el cante honde la expresión de todo lo que por inexplicado rehúye y esconde pudorosamente la maravillosa espiritualidad andaluza, tan bárbaramente ignorada.

*ilegible por el mal estado del periódico.